Pese al incremento de feriados y fines de
semana XL generosamente distribuidos a lo largo de las cuatro estaciones del
año, las vacaciones propiamente dichas, las vacaciones posta, siguen y seguirán
siendo para el grueso compatriota las de verano e invierno. Sobre todo las de
verano, por más vueltas y promociones de temporada baja que al asunto queramos
buscarle. Eso en cuanto al calendario de las vacaciones. Ahora bien, ¿qué hay
de su objeto?, ¿vacaciones respecto de qué?, ¿de qué son vacaciones las vacaciones?
Para toda persona, el período de vacancia
(¿he ahí la raíz etimológica de “vagancia”?), la vacación, se toma respecto de
la actividad o lugar que regula cotidianamente buena parte de las dimensiones
de su vida social, como por el ejemplo el uso del tiempo o el cauce del deseo.
Caso paradigmático el de aquellas instituciones que convenimos en llamar
genéricamente “trabajo” o “escuela”. Vacacionar significa entonces, y como para
arrancar, cortar por un tiempo con éstas.
Una vez hecho el corte, empieza para muchos
un segundo grado de las vacaciones. Uno según el cual vacacionar se vuelve,
también, sinónimo de toma de distancia respecto del emplazamiento urbano en el
que viven y transcurren sus días normalmente. Estamos aquí ante una vacación
ligada ya no sólo al tiempo sino además al espacio. Consiste en salir, moverse,
irse a cualquier otro lado que no tenga nada que ver con ese.
Pero, ¿qué hay de aquellos para quienes ni
el corte de actividad ni de urbe resulta suficiente?, ¿qué pasa con los
vacacionistas borderline, los de
tercer grado, esos que, inconformables, precisan de una dosis más fuerte para
sentir algún efecto?
Nos referimos a esas personas que, hartas
de sí, persiguen una única modalidad de vacaciones con sentido, una modalidad
elevada, extrema: las vacaciones de sí mismas.
Suponiendo que es usted uno de ellos,
veamos cuáles son las ventajas y las desventajas de viajar bajo esta forma.
Del lado de las ventajas, ninguna más
importante que la liviandad: sin su hartante yo interior, sin su tormentoso
doble viaja tranquilo, se relaja, se suelta, nadie lo observa ni lo evalúa por
nada, se mueve liviano sin recibir reproches de ningún tipo; siente sus
desplazamientos gráciles como los del más etéreo danzarín.
Otra de las ventajas radica en que, al quedarse
su doble maldito en casa, no tiene que andar llamando amigos ni a familiares
para que vayan y se encarguen de cambiarle la leche al gato o regarle las
plantas.
En la columna de las desventajas, las
principales tienen que ver con el factor económico y el aburrimiento. Piense
que, en las vacaciones de uno mismo, lo que se gana en salud se pierde en
dinero. Considere que al estar sin su fantasma no tendrá con quien compartir
los gastos, por lo cual comida, hospedaje, todo, todo le terminará saliendo más
caro.
En cuanto al aburrimiento, imagínese las
horas de tediosa espera en un aeropuerto o las interminables de hastío arriba
de un colectivo atravesando kilómetros y kilómetros de llanura yerma. Por más
predisposición que le ponga, llegará un momento en el que ya habrá escuchado un
ipod entero, habrá leído hasta
enceguecer y se sabrá al detalle la historia de vida de cada uno de los nueve
nietos de la anciana pasajera que le ha tocado como acompañante.
O sea: su fantasma será lo que será, y las
voces que le hablan en la cabeza serán insufriblemente densas, pero que le
hacen compañía le hacen compañía, eso es innegable. Que el doble es compañero
es compañero.
Para terminar, y a manera de advertencia,
vayamos a un caso muy recurrente entre quienes deciden priorizar las ventajas
por sobre las desventajas y seguir adelante con esta modalidad.
Como decíamos, usted viaja liviano y feliz.
Se
mueve tranquilo, todo marcha sobre rieles.
Pero un día, no va que llega a un pueblito
perdido en medio de la montaña y se dirige al único hospedaje existente. No
alcanza a ingresar y presentarse ante la lugareña que lo atiende cuando ésta le
informa que se acaba de ocupar el último lugar disponible. “De hecho, mire, el
que lo ocupó es ése viajero que está ahí en la cocina”.
Usted sigue con la vista al recién llegado
y lo ve que anda con un termo; ahora agarra un pava y la llena, se lo queda
mirando, hay algo familiar en su rostro y en sus movimientos, de algún lado le
suena esa manera tan particular de encender la hornalla. De pronto entiende
todo: no solamente que su doble se las ha ingeniado para viajar sino que aparte
acaba de birlarle el alojamiento.
Rojo de ira, da media vuelta y sale con la
mochila a recorrer el pueblo.
Reniega un rato hasta que finalmente
consigue instalarse en una modesta casa de familia. Al principio no, pero
termina por sentirse cómodo allí.
Decide entonces quedarse unos días con
ellos.
Alterna sus jornadas entre largas caminatas
por la zona y tareas de ayuda en las labores de recolección de la huerta
hogareña. Cuando pasea por la plaza suele cruzarse a su doble pero se hace el
desentendido, no lo saluda. Permanece ofendido por lo del hospedaje. Y además,
así como está, sin él, está bien.
No lo necesita: en lo que hace al
aburrimiento, la parte gruesa de la travesía en colectivo ya pasó; y en lo que
concierne al dinero ha optado por no hacerse tanto problema: ahí están las
mujeres y los niños del hogar, si no, arrodillados durante horas en la tierra
arrancando los frutos de unas plantas a cambio de centavos demostrando que la
plata no interesa.
Sin embargo, una tarde como cualquier otra,
sin indicios ni presagios de tarde especial, lo ve y no lo esquiva. Por el
contrario, lo alcanza, se le pone a la par en silencio, sin mirarlo se suma a
su caminata.
En algún momento se detienen a observar la
ladera de una montaña. Alguno de los dos le pide fuego al otro. Alguno de los
dos rompe el hielo y saca un tema cualquiera de conversación. Tal vez referido
al clima. Tal vez a la finitud humana y los misterios del universo. Tal vez a
la espesura de la vegetación.
De nuevo amigos, siguen camino juntos. En
lo que resta de viaje usted se toma algunas licencias y fuma mucho, porque qué
mejor momento que los viajes para tomarse licencias. Si habitualmente fuma por
dos, ahora fuma por cuatro.
Regresa a casa renovado, producto de las
vacaciones de sí mismo.
Renovado, con tos y un persistente catarro
que pide a gritos radiografía completa de tórax.