Por lo general pasa que me siento a dejar
pasar el tiempo en los bancos de las plazas. Que después entro, y leo, y me quedo
un buen rato en los bares. Que camino, sin demasiado rumbo planificado por los
barrios y las calles de la ciudad. Así suelen ser mis atardeceres. Si alguien
viera la secuencia desde afuera, seguramente no vería a un bohemio, ni a un flaneur
benjaminiano, ni a un errante ético, ni a un infiltrado en misión clandestina.
Tampoco vería a un situacionista en deriva peatonal ni a un romántico: vería,
simplemente, a alguien que está solo y que no tiene que ir a ningún lado.