Una ciudad, un otoño que se vuelve invierno. Un profesor, un alumno y una correspondencia secreta a la que por fin accedemos…
Rosario, 5 de mayo de 2003
“Es necesario repensar a Central”, esas fueron las palabras que usted
deslizó al aparecerse de súbito en la sala de profesores finalizado mi último
seminario. Lo estuve meditando en estos ocho meses transcurridos desde aquel
encuentro y no podría estar más de acuerdo. Entiendo que aún nos mantenemos en
una vieja antinomia clásica. Nos oponemos a Newells reiterando la dialéctica del
amo y del esclavo. Considero que plantear a Central como una superación de
Newells no sería pertinente. Hay que salirse, es preciso, de la lógica amigo /
enemigo. Central es más -tiene que serlo- que un enfrentamiento. Sin embargo,
los ideólogos canallas y gran parte de la aristocracia aún piensan en estos
términos. Desde ya, tendríamos que encontrar la manera de intervenir sin quedar
expuestos. Disparar sobre la OCAL de forma oblicua, por ponerle un ejemplo.
Estas tareas son urgentes y me angustian profundamente.
Rosario, 9 de mayo de 2003
Quién diría que un día entre mi correo me encontraría con líneas como
éstas. Estoy entusiasmadísimo. Me sorprende la densidad de ideas que han ido
germinando en este corto intercambio. Veo en nosotros –y licéncieme de los
excesos- algo así como la figura de Piazzola para Central. Le ruego tenga a
bien comprender mi inhibición inicial, dado lo espinoso del tema y el talante
del interlocutor. No obstante, me atrevo a postular dos posibles programas de
trabajo. Usted evaluará la pertinencia en cada caso: 1. Emprender una
genealogía de la Rivalidad: desentrañar ese momento en que se establece la
conjura por la cual Central ya no se pensará más que en relación a Newells. 2.
Diseñar prácticas de olvido del “cuatro a cero y se fueron”: esto es,
acompañando un gesto de afirmación como el subyacente en el punto anterior,
formular modalidades de reconocernos en una exterioridad respecto a la memoria
común. Estimo que el abordaje de este tipo de problemáticas se revela hoy
prioritario. Estoy en el cyber de la vuelta de casa, lamentablemente van 14:41
minutos. Debo terminar.
Rosario, 22 de mayo de 2003
Desgraciadamente no he podido analizar aún sus propuestas. De hecho,
temo no poder hacerlo con rigor hasta bien entrado el mes que viene. Espero
sepa disculpar. Una serie de compromisos ineludibles han estado requiriendo mi
corporeidad, mi irreductible unicidad.
Rosario, 15 de junio de 2003
Benemérito Profesor: me permito molestarlo. Pues resulta que ayer
jueves volvía de la Facultad caminando por la Peatonal Córdoba. Era mediodía,
no serían más de las doce, a lo sumo doce y diez. Extrañamente a mi rutina
diaria decido doblar por Mitre. Una multitud de no-socios agolpada en nuestra
Sede Social hacía cola buscando su entrada para el partido que tenemos el
domingo contra Racing. Algo me dijo que debía aprovechar la ocasión e
intervenir inmediatamente. No lo dudé. Acaparé la atención levantando las manos
y se produjo un rotundo silencio: “Señores, he estado pensando mucho y tengo
ideas trascendentales para decirles acerca del Ser Canalla”. Después de decir
estas palabras un miedo absoluto e irracional me inundó, que me paralizó y me
impidió seguir. Sólo pude decir estúpidamente, y con la voz ya quebrada:
“Central es así. No se puede explicar”. Yo no veía nada ni a nadie, pero cuando
empezaba a oír ciertas risas socarronas que emergían lenta pero paulatinamente,
un señor petiso se adelanto de la fila y dijo: “Es verdad. Pensar a Central es
un problema que escapa al ámbito de la lógica, de la razón capaz de resolverlo;
es decir, es un problema metafísico. Central es no-enunciable, o sea, está
fuera de los límites del lenguaje, razón por la cual está fuera de los límites
del conocimiento”. De lo que no se puede hablar hay que callar, dijo citando
eruditamente a Wittgenstein para terminar y luego volver a ocupar su lugar en
la fila. A duras penas pude retener estos conceptos, ya que todavía no había podido
salir de mi vergüenza. Con la cabeza gacha, traté de poner cara de nada, empecé
a caminar rápido, después doblé por Rioja y prometí nunca más alterar el
rutinario rumbo de mi caminata.
Rosario, 2 de julio de 2003
¡¿Qué pasa... mierda?! Percibo una reversión suya hacia el platonismo
en ese gesto de amedrentamiento. ¿Acaso se olvidó que toda la metafísica
occidental no solamente está ligada por su gramática sino, sobre todo, por los
que teniendo el discurso detentan el derecho a la palabra? Poner primero a
Central en un lugar donde luego se vuelva no-pensable es una operación cínica,
es la operación de un pobre señor petiso. ¿Acaso pretende usted bajar a su
altura? No se trata de quitarle la palabra a los metafísicos para luego dársela
a los lógicos, a los racionalistas. ¿Cómo que callar? Cuando se instala el
silencio, ¿sabe qué queda?, solamente la palabra del déspota. Es preciso
sustraerse a la sensiblería, -esa sensiblería que parece agobiarlo- e
intervenir permanentemente, aún a riesgo del error o la ineficacia. Entiendo
sus dudas, sus fallecimientos, pero quizás debemos matar al último canalla para
parir otro.
(*Escrito en
diálogo con Franco Faccendini)