miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los años


Este año fue una porquería igual que todos los anteriores, salvo 1990 y 2008 que estuvieron buenos.  2008 fue un año de intenso activismo político. Con los compañeros de un grupo en el que participaba casi hacemos la revolución pero a último momento no supimos decidir cómo ir vestidos. 
Una de las industrias que más creció en 2012 fue la funeraria. Cualquier sala brinda hoy servicios de primer nivel: aire acondicionado, catering, sillones de diseño, ataúdes personalizados, sistema de promociones y descuentos. El confort necesario para que todos tengan una agradable velada. Empezando por el muerto. 
La otra industria con mayor crecimiento fue la del rubro almohadas. Tal ha sido su diversificación y desarrollo que logró expandirse a un segmento de mercado siempre proclive a los problemas para dormir y sus consecuentes malestares cervicales: el de las jirafas.
Nací en 1982 en Rosario e infecté a mi madre con un virus intrahospitalario que la dejó en cama internada dos años. Supongo que para redimir esa culpa vivo desde entonces a reglamento, cumpliendo guardias mínimas de vitalidad.
Es mentira que se puede estar en eje. Nadie puede estar en equilibrio con el universo ni con el cosmos. Nadie puede mantener con las cosas una relación armónica. Nadie, ni siquiera León Gieco.
Pero no quería hablar acá tan estrictamente de mí sino de una figura emergente en nuestros tiempos: la masculinidad no viril.
Se acercan las fiestas. El masculino no-viril no usa el horno. Le da terror meter el brazo ahí adentro. El masculino no-viril no usa pirotecnia. Extremadamente sensible, sufre las navidades. Le toma las gotitas al perro. Y en las noches de año nuevo, a la hora de brindar se hace el desentendido cuando llega el momento de destapar una sidra o descorchar un champán.
Hablábamos de industrias.
Ver sangre le baja la presión. Las alturas le dan vértigo. Como no sabe hacer nudos, sogas no podría usar. Tampoco armas, porque los ruidos le hacen mal. En la industria del suicidio la masculinidad no-viril pareciera no tener cabida.
Las Heras, el pueblito petrolero perdido en la Patagonia, famoso por ser uno de los sitios del país con mayor tasa de suicido adolescente. Para el masculino no viril suicida ahí tiene que haber un lugar.
Pero no es fácil permanecer en el sur siendo forastero. El viento te despeina a cada rato y si jugás al fútbol se te va la pelota a Trelew. Donde si la vas a buscar te fusila el Ejército. Además, ver tantas ovejas hace que todo el tiempo tengas sueño.

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¿Por qué nadie nota que fumo?
Situación recurrente: estar en un lugar en el que hay conocidos de hace tiempo y manguear encendedor para salir a fumar.
— Qué, ¿vos fumás? ¡No sabía!
— Pero claro que fumo, ¿nunca te habías dado cuenta?
Ya no sé qué hacer para que lo noten. ¿Tan poca cara de fumador tengo?
La sociedad tolera a los homosexuales. Y a los metrosexuales. Pero discrimina al masculino no-viril. En una época de sobrecodificaciones no se soporta lo indeterminado, lo que no tiene casillero disponible, lo que no encaja. Así, la masculinidad no-viril se vuelve una postura eminentemente política. El masculino no-viril es conciente. Y opta por ser un subversivo.
Es otra cosa. El masculino no-viril no es el hombre urbano de moda en los últimos años. Lánguido, prolijamente femenino, aséptico, casi asexuado. Todo lo contrario.
Si bien no es el chongo ni el macho argentino -con cierto aire de timidez, cariñoso, contemplativo, genuinamente interesado en escuchar, con el mundo interior propio de un niño autista- el masculino no-viril es un tipo visceralmente apasiondo.
Así es como se distancia de la que tal vez sea figura paterna hegemónica para el sexo opuesto y se hace fuerte en su singularidad haciendo valer la escasez en el mercado del apareamiento.
Claro que eso le funciona hasta los treinta. Pasado ese umbral queda desfasado, ya medio aburre, pierde el encanto.
Hartas y advertidas, mis últimas novias una a una se fueron moviendo a la otra punta del dial: la de las no preguntas, la punta de las seguridades y las certezas que sólo pueden darte el peronismo y los varones nacionales populares.
Cecilia por ejemplo, empleada administrativa, estudiante de arquitectura sin militancias previas, a la semana de cortar ya se había anotado para participar de unos talleres sobre el legado de Hernández Arregui.
Después está entre otros el caso de Betiana, actriz con pasado anarquista, eterna trabajadora precaria de las que hacen encuestas para consultoras de mercado. La volví a ver después de un mes, en una foto del Diario apareciendo en primer plano junto a una bandera de la agrupación Arturo Jauretche con gesto de estar vociferando consignas a grito pelado.
Para colmo, todos los peronistas fuman.  Y a mí, que fumo desde los catorce, cuando digo que simpatizo con el campo popular, por alguna razón nadie me cree.