¿Te
das cuenta papá?, ¿te das cuenta de que al final está todo armado alrededor de
la mentira y el engaño? Sí, ya sé, no me digás, ya sé que toda familia es hipócrita
y esconde sus secretos, que una cosa es lo que se ve y otra muy distinta es lo
que pasa de puertas para adentro. Pero a mi qué me importan las falsedades de
los demás. Aparte eso no es justificativo de nada, a mí no me sirve como
consuelo… Qué perdón ni perdón, por qué no te ponés un poquito en mi lugar:
imaginate que llevás una vida de años y de repente un buen día te enterás de
que no sos la persona que siempre creíste ser, ¿vos cómo te sentirías?, decime,
a ver, ¿cómo te sentirías?... Vos sabés que yo les agradezco de corazón todo lo
que hicieron por mí desde que decidieron traerme, y hasta puedo entender que a
su manera hayan intentado protegerme, pero ¿por qué tardaron tanto en decirme
la verdad?... Por mi bien un carajo, ¡¿cuánto tiempo más iban a esperar papá?!
Y no me pongás esa cara. Y miráme a los ojos cuando te hablo. Porque la que no
va a poder mirar más a nadie acá soy yo: ¿qué van a pensar en el barrio cuando
se enteren de mi verdadera condición? ¿Con qué cara digo yo en la Facultad que
no soy hija de desaparecidos, como ustedes me contaron desde chiquita?... Andá papá, dejame sola, andá. Ahora no tengo
ganas de escuchar ninguna historia. No, ahora no quiero saber de quién soy
hija.
ficción cultural; ensayo práctico; guionismo humorístico; lecturalia; monólogo teatral; cosas que son muy largas o muy oscuras para las redes; texto en avance; todo salvo las publicaciones académicas; todo salvo las pastillitas rándom; todo salvo la narrativa zen y no hay lugar al que llegar; archivo 2012-2024 online
miércoles, 4 de julio de 2012
Propuestas artísticas para descomprimir el caos vehicular en la ciudad (#Columna del Doctor 1))
En Rosario se patentan cien nuevos autos
por día y de un tiempo a esta parte sus calles se han vuelto intransitables.
Puntos de la ciudad históricamente conectables en quince minutos pueden
demandar hoy casi una hora. No queda calle que se salve del paso de hombre. Ni
siquiera las más insulsas, Tres de Febrero por ejemplo, también conocida según
un colega como “la Viamonte del microcentro”. ¿Qué hacer? En principio, salir
de casa con mayor antelación. Y tener siempre un tranquinal a mano, cuestión de
afrontar con paciencia verdaderas expediciones, hostiles travesías que entre
otras cosas suelen incluir encarnizadas escenas de pugilato, situación en la
que mejor tener más a mano un garrote que un tranquinal. ¿Pero qué más?
jueves, 22 de marzo de 2012
Los indios tayrona y otras postales ecuacolombianas
1. Un veterano indio
Tayrona, a Daniela, una amiga austríaca, dialogando sentados al atardecer en la
playa de Ciudad Perdida, norte de Colombia casi Venezuela, reflexionando entre
consternado e incrédulo, en cualquier caso con gesto de desaprobación, al observar
cómo un exhausto contingente de turistas recién llegados se interna en las
reparadoras aguas del caribe: "Yo no sé por qué insisten con bañarse en el
mar. El mar… el mar es para los peces"
2. La veteranía es un
rara habis en los Tayrona. Según dicen, su promedio de vida es de cuarenta
años, hecho que algunos adjudican a los mosquitos. Parece que, para
ahuyentarlos, los Tayrona duermen todas las noches en sus chozas alrededor de
un fuego. Así, lo que ganan en repelencia lo pierden en salud, dado que la
tolerancia del pulmón humano al humo, según parece, es, aproximadamente, de
unos cuarenta años.
3. Taganga, pueblo de
los alrededores de Santa Marta, región de pantanos y ciénagas. Obvia humedad.
Calles de tierra. Mucha basura tirada y muchos perros. Frente a la puerta de
cada casa, cada familia sentada tomando el fresco escucha a todo volumen su
propio ballenato. Un perro no se rasca las pulgas: se las muerde.
4. Cualquier tarde de
Cartagena y Santa Marta en noviembre. Se nubla. Empieza a llover hasta la
madrugada. A los diez minutos de tormenta, ya las calles se vuelven ríos de
agua olorosa y negra. Solo quedan miles de taxis y vendedores con el agua hasta
las rodillas. A la mañana del otro día las mujeres vuelven a deambular por la
ciudad paseando al sol sus atributos y nadie parece recordar la lluvia.
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