jueves, 25 de enero de 2024

Escenas y personajes de Aspergistán

Marina vive en un PH y tiene un gato que se llama Roco. Como Roco es de irse por los techos, un día Marina le pone un collar con su número de teléfono por si se pierde. Al poco tiempo se da cuenta que el collar es innecesario porque, de todos modos, tarde o temprano Roco termina volviendo a casa solo, siempre. Pero para ese entonces, su número ya fue agregado al grupo de wasap de mamis y papis de gatitos del barrio y no para de recibir mensajes de vecinos avisando haber visto a su gato. Una tarde Marina se cansa, silencia las notificaciones y deja de responder. Una vecina cree advertir en su silencio un signo de depresión y la suma al grupo de wasap de personas con problemas psicológicos en el vecindario.


Paula hace terapia con un psicólogo que la atiende con su perro echado en el consultorio. Paula no está muy conforme con el progreso del tratamiento, pero se siente muy comprometida con el perro del psicólogo. Un día le pregunta si no quiere que lo saque a pasear y a él no le parece mal. Paula le pregunta entonces si está de acuerdo en tomarlo como un intercambio: ella le pasea al perro y él a cambio le condona, o al menos, le rebaja sus honorarios. A lo que el psicólogo responde que no, que lo del perro es cosa de ella y los honorarios no se tocan. Acto seguido vemos a Paula, después de su sesión semanal, llevando al perro al canil de la plaza del barrio un par de horas, gratis. Hay un paseador muy lindo que vio que le gusta pero que justo va al canil en otro horario.

  

Sebastián va caminando y pasa por una barbería que en su ventanal anuncia una promoción de 2 X 1 en pelo y barba. Sebastián entra indignado e increpa, a los gritos, a los muchachos de la barbería; les dice que él no tiene ni pelo ni barba, que qué se creen, y que por porqué no se dedican a hacer un trabajo digno y a ofrecer algo que sea útil para la gente. Los muchachos de la barbería (son dos) bajan el volumen del reggaetón que están escuchando, lo invitan a sentarse y le ofrecen un mate. Sebastián acepta.

  

Lisandro camina una tarde y entra a un local de ropa porque necesita un pantalón. Busca en el perchero y ninguno lo convence: ni los precios, ni los colores, ni los modelos, ni los talles. De todos modos, el vendedor lo invita a probarse alguno sin compromiso y Lisandro, ya que está, accede. Viéndose en los espejos, su falta de convencimiento se refuerza. Lisandro entonces se viste, dobla el pantalón, sale del probador, se acerca al mostrador, saca la billetera y pregunta a qué hora abren al día siguiente. El encargado le contesta que los sábados no trabajan y que recién abren el lunes a las 10 de la mañana, pero que justo ese lunes es feriado, así que el martes. Lisandro sale del local pensando en los tres días que lo separan de volver para cambiar el pantalón que se está llevando.

 

Julio va caminando, ve a un indigente sentado contra la pared de un tapial con la mirada ausente, se apiada y le acerca un billete. Un transeúnte advierte la secuencia y lo increpa: qué haces -vocifera- ¿no te das cuenta que él no te pidió nada? Así lo estás poniendo en un lugar denigrante -lo alecciona- lo estás cosificando… Julio primero reacciona contra el transeúnte y le contesta mal, pero después, cuando el tipo se aleja y él se calma, reflexiona que a lo mejor esa intervención no sea del todo desacertada. Julio atina entonces a retirar su billete, justo cuando otro transeúnte lo observa y se pone a gritar, creyendo que le está robando al indigente.

 

Carla es invitada a participar de una orgía a la que también es invitado Esteban. Cuando el evento finaliza, cada invitado se ducha, se viste y vuelve a su casa. Carla se va en su auto, agarra por una avenida y en un semáforo reconoce a Esteban como el conductor del auto de al lado. Ambos cruzan una mirada cómplice (vos sos el que estaba recién en… ¿no?) y se hacen un gesto de saludo. La marcha se reanuda y vuelven a quedar a la par en dos semáforos más. Al tercer semáforo cada uno se hace el distraído y se pone a mirar su celular.