lunes, 25 de septiembre de 2023

Discurso en el Congreso de Educación

 

Entre los veinte y los cuarenta y cinco, estimados y estimadas colegas, todos los varones urbanos de clase media mínimamente estetizados podríamos tranquilamente tener la misma edad. Mismos cortes de pelo, modos de vestir, de hablar, de postergar la paternidad… Hay, por cierto, algo inquietante en la tendencia masculina citadina a ser padres después de los cuarenta: si los futuros hijos la continuaran, conque llegaran a estirarla sólo unos añitos más, en un par de generaciones nos habremos extinguido, si bien no como padres, al menos sí como abuelos.

 

Algo bueno de ser profesor universitario es que ese bloque de aparente mismidad se desmiente y quedan al descubierto las diferencias generacionales, indispensables para poder pensar. Hace poco estaba hablando del 2001. De cómo los Bancos se habían quedado con los depósitos de los ahorristas… y un joven estudiante dijo: “Ah, es como si de un día para otro Instagram se quedara con todos tus likes”…

La imagen me encantó. Visualicé enseguida a un instagramer indignado, quedándose con las arcas vacías, después de años y años de acumular me gustas a fuerza de abnegación y constancia en el cálculo: foto de gatito me asegura un megusteo de tanto; foto de atardecer me rinde tanto; repudio al golpe de estado en Bolivia cotiza…

 

No sé ustedes, pero yo a dar clases lo descubrí de grande. Como al aguinaldo. La primera vez que me lo depositaron pensé que me habían pagado dos veces y llamé a Recursos Humanos para ver si no se habían equivocado. No hace falta aclarar que estoy hablando de dar clases en el nivel terciario. El nivel secundario es otra cosa. Ahí el docente es de verdad. Su grado de tolerancia a la frustración es plebiscitado minuto a minuto. Trabaja con las mismas condiciones de escucha que un vendedor ambulante. Un auténtico héroe del fracaso.

 

Les venía contando: hasta no hace mucho, me auto-percibía como alguien que se relaciona con el mundo a través de las palabras escritas. Cuando empecé a trabajar como profesor, y por ende a contar cosas en vivo, en público, tal como estoy haciendo ahora mismo, en este panel, en el marco del Congreso que nos convoca, el mundo se me ensanchó, se me hizo más vivo, más rico, se me agrandó.

¿A qué voy con todo este giro autorreferencial?, se estarán ustedes preguntando. Voy a la hipótesis que quiero dejar planteada hoy acá, que sería un poco la siguiente: en la docencia el vitalismo es tan o más importante que el altruismo; y en la defensa de la educación pública, la dimensión vital (por lo general inexistente en el discurso de los Derechos) es tan importante o más importante que la moral.  

 

Un paréntesis, antes de ir al punto: uno puede dar clases sostenido en la creencia de un mañana mejor de movilidad social, o en la vocación de enseñar (es decir, mostrar cómo funciona algo), o simplemente porque hacerlo es necesario para uno.

Quiero decir: otra cosa muy buena de ser profesor, si me permiten volver al plano personal, es que, al ponerme por completo al servicio de una situación, termino no pensando ni un segundo en mí durante dos horas, salvándome de la neurosis obsesiva que rige implacable las restantes veintidós. ¿No habría un elogio posible para hacer en esa suerte de egoísmo productivo paradojal?

Más allá de los contenidos (que como ustedes saben hoy son estos y mañana aquellos), lo que en definitiva se transmite, contagia y produce efectos, creo notar, es esa disposición afectiva a la actuación. “Actuación” no tanto en el sentido dramatúrgico de la palabra como en el de puro acto presente: una entidad en acción. Dicho de otra manera: no hay futuro. Hay acá. Entre los que estamos, reunidos alrededor de unos problemas, prestándonos atención.

 

Un último paréntesis. Hubo una época, no sé qué piensan ustedes, en que lxs profesores generaban transferencia no dejándose ver y trazando distancia, a la manera de un psicoanalista. Ese profesor, según mi modesto entender, tiene los días contados. Hay otra época, ésta, la del “docente-streamer”, como me gusta llamarlo a mí, en la que la condición para generar veracidad y confianza pasa por transparentar los lugares de enunciación. Quién habla, desde dónde habla, dejando entrever qué fragilidades, qué dudas, qué pasiones, qué estados emocionales…

Frecuentemente me veo a mí mismo en el sillón de mi monoambiente, en ropa de entrecasa, mirando una aplicación de citas, totalmente derrumbado. O pagando en la cajas esas que tiene Cotto, teniendo que agacharme como un suplicante, hombre grande ya, para meter en la bolsa de tela los diez productos de tercera marca que pude comprar… Y me digo, ¿y si me vieran mis estudiantes? Pero eso es un error. Porque ellos ya me vieron. Y es por eso que funciona.

 

Ahora sí. ¿Por qué es mejor que la Universidad pública siga siendo pública? En principio, por una razón moral (es bueno que la mayor cantidad posible de personas puedan acceder a la educación); y por un dato objetivo de la realidad (las universidades públicas en nuestro país son las de mayor calidad). Eso es lo primero que nos sale al responder y supongo que estamos todos y todas de acuerdo. Ahora bien, ¿no hay otras razones?, ¿no habría algo más para decir?

Y esto nos conduce a otra pregunta: ¿qué sería lo público de la universidad pública? Lo público es no tener que pagar para ir, sí. Pero es también la posibilidad de encuentro entre personas generacional, social, disciplinar y formativamente distintas, alrededor de unos materiales, pudiendo todavía más o menos autodefinir y revisar los términos de ese encontrarse, que de otro modo quedarían puramente sobrecodificados por el lenguaje del dinero, ¿verdad? 

Dicho en otras palabras: hay algo que pasa ahí. Esa sería la dimensión vitalista de la defensa de lo público, generalmente invisibilizada, que quiero recuperar. Entender alegra, poder pensar en un espacio compartido vitaliza, el encuentro insólito hace bien. Claro, eso que pasa ahí no suele ser reivindicado básicamente porque no se suele estar ahí. Los profesores casi siempre son investigadores y tienen como prioridad sus carreras. Los estudiantes muchas veces habitan el espacio como consumidores con subjetividad de universidad privada. Los militantes no pueden captar eso que pasa porque están embebidos en los lenguajes abstractos de la política. Los funcionarios no lo pueden leer porque están tomados, no por los lenguajes de la experiencia sino por los lenguajes institucionales y cuantitativos del estado…

 

Para finalizar, y antes de ceder la palabra a la coordinación a la espera de sus comentarios, cabe señalar que lo público es también la potencialidad de empezar a hablar de temas de los que no se hablan.

No hablamos con nuestros estudiantes de cómo nuestro vocabulario de uso diario está plagado de términos provenientes de la economía y de las finanzas. No hablamos de cómo las imágenes que tenemos de la política nunca tienen en el centro al disfrute. No hablamos de cómo el deseo es una trampa. No decimos nada acerca de lo insuficientes que son las imágenes que tenemos de lo que es conocer e investigar…

No decimos nada y al parecer tampoco lo diremos hoy acá, porque me hacen señas de ir terminando y no quisiera excederme en el tiempo que se nos ha asignado. No obstante, seguramente en una próxima Jornada no nos vaya a faltar a oportunidad. Quedo abierto a las preguntas. Desde ya muchas gracias.