Y un día, sin importar tus casi cincuenta años en el rubro, te llama uno de estos chicos de recursos humanos, y en una oficina fría de estas blancas que se usan ahora, como si le hablaran a una planilla, te agradecen por los servicios prestados. Y vos, que en tus años mozos te diste aires de rey del microcentro, que supiste pisar fuerte en el Florida Garden, que hiciste pata ancha en los pasillos de 25 de Mayo para capear los temporales y sobrevivir a todos los vientos de cambio, terminás sentado en el canil de una plaza, sacando al perro, con aroma a orín, hecho un jubilado… Tobías, ¡vení para acá!… El achicamiento es por la crisis, dicen, pase a retiro, no queda otra que ajustarse, hay que adaptarse a los tiempos que corren, mi estimado. Pero yo sé que para ellos soy lo viejo, que represento el pasado. Quién diría: lo que no pudieron los intentos de reforma, lo están pudiendo estos chicos a los que encima voté como los votó cualquier ciudadano. Igual ojo, rencor no les guardo…
Tobías, ¡dejá eso, salí de ahí, vení acá!… Trabajo nuevo puedo conseguir si
quiero, a pesar de la edad, pero ahora es todo virtual. El trabajo que hay es
por computadora y a mí me gusta más la cosa presencial. Antes no había toda
esta tecnología, si querías conseguir un dato tenías que ir directamente a los
lugares donde se cortaba el bacalao. Aprendías a meterte en las asambleas, en
una manifestación, en los actos. Esa era la única manera de obtener la
información. Son pecados de juventud los de esta gente, exceso de tecnicismo, ignorancia
supina. Caminar la calle: de eso se trata esta profesión, no de estar encerrado
cumpliendo horario administrativo, en una oficina, rodeado de pasantes
venezolanos, atrás de un monitor, ¡pero por favor!… Devolvele el juguete a la
perrita, Tobías, dale, ¡salí de ahí te dije, vení para acá!… Al menos es lo que
aprendí cuando entré con los militares, en la época de Lanusse, en el setenta y
dos. Esos sí que eran señores. Eran otros tiempos, claro, se respetaba la
autoridad, había valores. Hoy todo eso se ha perdido, como también se están perdiendo
los que han sido los pilares fundamentales del oficio: la observación, la
paciencia, la curiosidad, la discreción. Esa inquietud por el saber, querer
saber más, estar siempre informado. Así les va después a estos chicos. Me
hubiese gustado tener la posibilidad de ser destinado al recIutamiento y la
formación del personal nuevo, poder transmitir algo de mí experiencia, pero ya
pasó, rencor no se le guarda a nadie en esta vida, les deseo lo mejor… Tranquila
que no hace nada, señorita, es mansito, un pan de Dios… De repente hoy los
agentes están todo el día con el telefonito y se desconcentran. Estuve
escuchando que pierden el foco y los termina ganando el afán de protagonismo,
que en las marchas últimamente hubo problemas. Vos no podes estar en una marcha
encapuchado, sacarte una de esas selfie y subirla al Instagram. Si querés que
te vaya bien en esta profesión, tenés que ser invisible. Te equivocaste de
rubro hermano, si te gusta figurar o querés exposición… Está castrado, sí…
Llegar alto en esto es, paradójicamente, cultivar un perfil bajo. Esto no es
para distraídos ni para ególatras. Acá no sos nadie, no existís querido, no
tenés imagen. Es ir a contrapelo, vas a contramano de lo instalado en la
sociedad. Tenés que ser un poco rebelde para llegar lejos, tener alma de
subversivo, de loco. El trabajo que nosotros hacemos, en definitiva, tiene
mucho de contracultural… ¿Cómo se llama la perrita? ¿Lola? ¡Hola Lola!… Alguien
a quien le guste más observar que participar. Como yo por ejemplo, que de chico
en los recreos ya prefería quedarme viendo cómo jugaban mis compañeros. Y alguien
con una sensibilidad por fuera de lo normal. Esas son dos señas particulares,
dos rasgos de la personalidad de un candidato ideal que tomaría en cuenta, como
un caza talentos, si me contrataran para reclutar. Lo de la sensibilidad puede
sonar paradójico, pero no: todo buen agente, en el fondo, padece un gran
complejo de inseguridad que lo lleva a defenderse de las situaciones hostiles
de la vida escondiéndose, desapareciendo, queriendo pasar desapercibido,
camuflado entre los demás… Andá Tobías, andá con Lola a jugar… Los animales se
camuflan para sobrevivir cambiando de color o confundiéndose con el paisaje en
la selva. Los virus se hacen pasar por el huésped para alojarse. La
infiltración es algo que está en la naturaleza. Como el agua. Es algo natural. El
agua se filtra en las casas. Si hay pared va a haber techo y si hay techo habrá
humedad… Inseparables a primera vista resultaron estos dos, ¿no señorita?... Lo
que no es natural después de tantos años es mi situación actual. Vean: la hija
del calesitero de allá anda en un grupo feminista, el paseador de perros que
está ahí se junta con unos anarquistas, ese flaco de allá anda en algo raro, el
que sabe observar nunca deja de hacerlo, por más que esté fuera de servicio. Porque
un agente hecho y derecho es agente para toda la vida, veinticuatro siete.
¿Pero para qué me sirven todos esos datos ahora que me quedé sin encuadre? Un
agente sin agencia es como un queso rallado sin pasta, como un mantel sin mesa.
Eso es un agente sin su agencia, aplaudir con una sola mano, un pantalón sin
pierna. Igual, insisto, rencor no les guardo. Ni a los chicos de recursos
humanos, ni a la flamante subdirectora… De última, a lo mejor sea cuestión de
tiempo. Quién sabe, con la ayuda de Tobías y la señorita que se encarga de
cuidarle a Lola, su perrita, algún micrófono metido en la casa termine trayendo
a oídos de este insospechable jubilado, más tarde o más temprano, alguna
información comprometedora.