viernes, 11 de octubre de 2019

Sobre el humor político (o breve historia de la risa)

1. El humor televisivo hegemónico de los noventa era la burla. Nos reíamos del otro y esa otredad tenía dos grandes vectores. El otro era el ciudadano común al que sorprendíamos filmado en cámara oculta, jodita cómplice, broma telefónica o blooper (línea Video Match); o era el político profesional denostado por el ciudadano común a través de sus representantes fiscalizadores mediáticos (línea CQC). La legitimidad del humor de esta segunda vertiente estaba dada por el ambiente anti-corrupción de la fiesta menemista. La parodia Gran cuñado, confluencia entre la línea Pergolini y la línea Tinelli, sintonizaría unos años más tarde con el “que se vayan todos” delarruista, climax de la mal llamada anti-política. 


Sea cual fuera su vector, ninguno de estos humores (ni sus antecedentes: la Noticia Rebelde, el Show de Tato Bores…) eran todavía horizontales, ni colaborativos ni virales. Eran humores de grilla y de profesionales. Se hacían solamente en los programas de humor. En el viejo paradigma de medios de comunicación de masas, al sujeto oyente o televidente se lo invitaba a ser más un receptor que un emisor. No era, por entonces, ni un proveedor de contenidos ni un productor. Apenas si la gente llamaba a las radios. No había memes, ni videos caseros de bebés que se caen ni de gatitos y perritos haciendo monerías inundando las pantallas.

 

2. Pasa el tiempo y, para cuando transcurre el segundo gobierno de CFK, ya volvió la política y las investiduras institucionales han sido restauradas. El lenguaje que se habla entonces durante el kirchnerismo es el lenguaje de la militancia. Y el de la militancia es un lenguaje grave, moral, de rictus solemne. Hay temas serios que tratar y el que no habla en serio es porque no está comprometido con el proyecto nacional. Reírse pasa a ser considerado un exceso. Es de pequeño burgués, reírse. Un gesto arbitrario, gratuito. Y por ende, improductivo. El otro ya no es burlable. Porque ahora es la Patria. Un sujeto de derechos, un incluido. 

Tan serio se pone todo que hasta los Midachi quedan divididos por “la grieta”. Miguel del Sel se candidatea a gobernador de la provincia de Santa Fe por el PRO mientras Dady Brieva lleva el cajón con los restos del General a la quinta de San Vicente y se manifiesta soldado de Perón una y otra vez. Distantes en el plano electoral de las opciones macro, a nivel micro (es decir a nivel de las sensibilidades, de las subjetividades) representan sin embargo una estética parecida y hacen un tipo de humor bastante similar.

 

3. Entre colombianos, mexicanos, chilenos y argentinos (como Malena Pichot, Radagast o Sebastian Wainraich) veintiun comediantes tuvieron durante el 2018 su especial en Netflix. Incluso (aunque por supuesto no es el caso de los latinoamericanos), según el diario español La vanguardia, hay monólogos para los que Netflix pone más plata de la que pone HBO por un capítulo de Games of Thrones. Pero más allá y más acá de Netflix, ¿cómo leer esta fiebre del stand up comedy? 

Cursos, cartelera, circuitos en bares de Buenos Aires (¡si hasta Jorge Lanata hace un monólogo con micrófono característico en Periodismo para todos!) y un teatro, El Liceo, que ahora se llama Liceo Comedy. El standupero es lo contrario del capo cómico. Si en el teatro de revista la centralidad se daba al humorista machote rodeado de mujeres en bolas, el comediante es perdedor, fóbico, hipocondríaco y está solo en el escenario. En una ciudad de sobre-analizados, el standup propone burlarnos de nosotros mismos y habla el lenguaje de la neurosis.

 

4. Julio Blanck luce una camisa blanca y con un ventanal de fondo le responde a Fernando Rosso, que lo entrevista para el canal de La izquierda Diario. Blanck, columnista de Clarín y conductor junto a Eduardo Van der Kooy del programa Código Político en TN, otrora responsable del titular “La crisis causó dos nuevas muertes” con el que se intentó maquillar el asesinato de Santillán y Kosteki, dice en youtube: “¿Hicimos periodismo de guerra? Sí. Eso es mal periodismo. Pero fuimos buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día”.

¿No se hizo, del mismo modo, por ejemplo en los medios gráficos, un humor de trinchera? Rudy en Página 12, Nik en La Nación. Consultado para este ensayo, Rubén Mira, autor de la tira cómica La Nelly junto a Sergio Langer, sostiene que sí. Y que, si históricamente lo propio del humor gráfico fue la des-automatización en contratapa de la noticia del día, lo que hubo en los años agrietados fue una utilización del humor para reafirmar la línea editorial de la noticia con otro lenguaje. Del intelectual orgánico al humorista orgánico. Humor de agenda. De adhesión. 

La batería operadora imitadora de Lanata con Fátima Flores a la cabeza; El cadete de Navarro cuando estaba en C5N y después en teatro; Thelma y Nanci y Stoppelman en los programas de Víctor Hugo; Barragán en su momento en 678… Se hizo (¿y se sigue haciendo?) también en radio y televisión abierta un humor de trinchera. Que se enuncia como político en la medida en que tematiza esa porción de la realidad que llamamos “la macropolítica” pero que no tiene ninguna politicidad a nivel enunciación. 

Con mayor o menor gracia (sobre gustos…), el lenguaje humorístico es en esos casos un médium que hace pasar cosas ya pensadas y dichas en otro lado. Lo pre-humorístico. La lengua se efectúa ahí con unas reglas y unas racionalidades que son menos las del siempre potencial e indeterminado poder decir que las del acotado cliché (X cheto, Y bruto, Z corrupto), la banal operación o el oportunista cálculo partidario.

 

5. Algo similar suele suceder en las redes sociales. Si de antemano ya sabemos de quién nos vamos a reír y qué es lo que queremos escuchar (entre nosotros, que en comunidad adherente ya estamos de acuerdo y sabemos lo que pensamos) entonces eso no es humor. Es otra cosa. Humor de tribu. De algoritmo.

En nuestras risueñas viralizaciones bienpensantes, los memes de Macri bailando, de Elisa Carrió acostada, de Michetti en el Senado o del Rabino Bergman disfrazado de árbol, ¿tienen más efectos reafirmantes del lugar subjetivo de burladores o más efectos degradantes de la imagen de los burlados?


6. Así como en la literatura del siglo XX existen según Piglia lo kafkeano y lo borgeano, podríamos decir que para nuestra generación, en humor del XXI, existen lo barcelonesco y lo capusotteano. Alguien dice “parece un título de la Barcelona” o “parece un personaje de Capusotto” y todos sabemos de lo que estamos hablando.

Joaquín Lavado, alias Quinoa, es un dibujante vegano; Henry Le Fiebre es un filósofo al que el avatar de la vida moderna le levanta temperatura; Ernesto La Clota es un joven lector camporista de La razón populista que analiza la realidad y se va transformando en tía; Jorge Memes Lenicov el economista del humor devaluado y Juliana Awada de Pedro es la mujer que continúa al kirchnerismo por otros medios; Adolf Hipster es un buche que hace pintadas (“Acá vive alguien que consume harinas blancas”); el Chaqueño Paravecino un folklorista vecinócrata; Skype Belinson un profesor de guitarra a distancia; Juan Carlos Verdagerli el cuenta chistes del conurbano y Willy Crooc un saxofonista fanático de las zapatillas… Con los amigos uno se la puede pasar inventando personajes como para tirar varias temporadas. 

Sin embargo, el procedimiento más interesante del ciclo 2006-2016 de Peter Capusotto y sus videos tal vez haya pasado menos por el delicioso juego lingüístico de nombres que por mostrar los riesgos de llevar al límite algunos discursos que en el la década ganada tenían consenso. ¿Hay que tolerar todo? (“Un poco de fascismo viene bien”). ¿Qué puede pasar si no discriminamos a nadie? (Inadiii). ¿No termina el buenondismo siendo tan autoritario como aquello a lo que se opone? (Dictadura hippie). ¿Tan perseguidos fueron los artistas durante la última dictadura? (Pepe Barreta Smith). ¿Y si al final todo fuera parte de una misma manera adictivo-compulsiva de vincularnos con las cosas? (Le pegó mal la ensalada) ¿Y si el celebrado retorno de la politización y la recuperación el debate no hubieran terminado siendo sino eso que hacemos en la Red Garlofa?

 

7. La undécima temporada del Ciclo fue la primera de la Alianza Cambiemos en el gobierno (2016) y estaba fácil para bajar línea y apalabrar. Saborido y Capusotto, en efecto, habían estado haciendo explícita su posición en una serie de entrevistas. No obstante, no: el programa mantuvo cuidada su política expresiva. Ceo Gutierrez, líder de Jóvenes Pordioceos sin ir más lejos, tardó dieciocho emisiones en aparecer. Autonomía enunciativa es no hablar desde el régimen mediático de actualidad ni decir lo que se espera que se diga.

 

8. Paula Maffía, en el Número Cuatro de la Revista Humo, dice que en sus clases de canto, una de las primeras cosas que aprenden los alumnos es a desactivar la lengua, o sea, a desmontar la conexión habitual que hay entre ese músculo y la mente. Tratando de hacer una analogía, me pregunto: ¿qué fuerzas atentan contra la posibilidad de desactivar, para redireccionar, hoy, la lengua humorística?

Hay una primera fuerza que no por previsible deja de ser importante y tiene que ver con el cinismo. O mejor dicho, con el cinismo capturado por el macrismo. Como se sabe, antes el cinismo era progresista y la moral era de derecha. La hipótesis sería que el macrismo nos robó incluso el cinismo y nos volvió a todos un poco más morales. Miramos con aires de superioridad a sus votantes, nos quejamos, nos volvimos monotemáticos en las conversaciones, nos volvimos un poco más viejos, nos indignamos. “¿Cómo puede ser?”, “Hasta dónde piensan llegar…”, “¿Hasta cuándo?...”. Encima, no hay diálogo posible con el cínico. ¿Cómo dialogar con Marcos Peña, con Alejandro Rozichner, con Avelluto, con Lombardi? Que además nos someten a unas pasiones tristes. Por un lado el odio que produce el ninguneo, el boludeo, la chicana. Por otro el chantaje emotivo. Porque, ¿cómo te reís con la emergencia alimentaria, el jubilado asesinado en Cotto, los muertos de frío?

Una segunda fuerza pasa por la crisis y el tipo de risa que produce. Es, como dice Pedro Saborido, la risa del impotente. En este punto recuerdo un posteo que hice hace algún tiempo: del mismo modo en que, en los momentos de crisis terminal, se empiezan a escuchar los llamados a la unidad y a los grandes acuerdos nacionales, empieza también a emerger un recurso humorístico, el salsa criollismo. Se trata del efecto Pinti hoy encarnado por Moldavsky. Si el truco en el primer caso es socializar el trabajo sucio y repartir las pérdidas, en el segundo es atribuir lo que nos pasa menos a un tipo de política económica que a una especia de naturaleza enquilombada y sin arreglo de los argentinos. “Este país no tiene arreglo…”, “Somos así…”. Es el humor, también, de la anti-política. Un relato que, respecto de los candidatos, nos victimiza. 

Una tercera modulación rigidizante de la lengua humorística se vincula con la auto-censura bien pensante. Hay una vieja entrevista, de la década del ochenta, recién retornada la democracia, en la que Piglia dice que los funcionarios públicos se han convertido en los nuevos filósofos. Son los filósofos de lo real. Los que determinan los límites de lo posible y lo que no. “No están dadas las condiciones…”, “Eso es para hablarlo más adelante…”, “No es momento…”, “Hay que cuidar a Alberto…”. La literatura, las artes, el humor vendrían a ser todo lo contrario. La pura inmanencia, lo inútil, lo indeterminado. Quien hace humor con cálculo de actualidad regala potencia y produce risa con racionalidad de funcionario.

Ejemplo integrador: cuando la gendarmería desapareció forzadamente a Santiago Maldonado, en redes sociales se armó una cadena en la que cada uno contaba quién era, dónde estaba, qué estaba haciendo y se preguntaba dónde está Santiago Maldonado. Lo curioso, si repasamos la secuencia, fue que la pregunta nos encontró a todos haciendo cosas bien interesantes. “Soy fulano de tal, estoy en mi casa terminando un artículo para publicar en… estoy mirando el atardecer desde el balcón… estoy jugando con mi hija mientras le acaricio la panza a nuestro pequeño gato… estoy tomando mate con amigas en el parque… estoy leyendo una novela… y me pregunto ¿dónde está Santiago Maldonado”. ¿Nadie estaba solo, ni aburrido, ni deprimido, ni mirando porno coreano? Es llamativo.

La cuestión entonces no pasaría tanto por interrogarnos acerca de los límites del humor, acerca de si se puede o no se puede tocar equis tema, sino, siguiendo con el ejemplo, por interpelar las ficciones que construimos, esa necesidad de mostrarnos de una determinada manera o directamente preguntarnos por qué, para hablar de cualquier cosa, incluso de causas nobles y sensaciones genuinas, pareciera operar una inercia que nos lleva a hacerlo siempre desde la primera persona. “No cuenten conmigo”, “Yo no lo voté”, “Abrazame hasta que vuelva…”. ¿Qué implicancias tiene eso? Hay otros casos…

Una última modulación tiene que ver con la lógica del mega-entretenimiento, que satura, no dejando lugar, y en la que se enmarca una figura subjetiva densa: la figura del ocurrente. La lógica del entretenimiento implicaba un corte con la cotidianeidad. Lo otro del trabajo, el tiempo y el espacio. Un allá. La lógica del mega-entretenimiento, como se desprende de la investigación sobre los bingos que hizo en su libro Andrés Fuentes, implica un entretenimiento del acá. Es la diferencia entre el casino y el bingo, entre el programa de Tinelli y los programas satélites del programa de Tinelli, entre los programas de humor y que todos los programas tengan que tener humor. Mega-entretenimiento es la proliferación de audios virales, videítos, bombas mediáticas o programas de radio muy boludos para consumir mientras no podemos parar, estamos haciendo otra cosa o mientras tanto.  

Dentro de esa lógica se inscribe el imperativo terapéutico neoliberal del humor como técnica de sí. Hay que saber reírse, hay que pasarla bien. Y en ese caldo se hace fuerte el ocurrente. El humor, correctamente sintonizado, es uno de los primeros pasaportes hacia un tránsito eficaz en las redes sociales. En ese marco, el ocurrente aparece casi como un emprendedor del like. Es rápido, tiene una pyme de la ironía, el canchereo y la inteligencia. ¿Cuál es el problema del ocurrente? La distancia afectiva que precisa para la ocurrencia. Caso similar al del provocador. El provocador quiere primero provocar y después hacer humor.

 

9. O sea: si tanto el chiste como lo cómico involucran siempre una relación de a dos (algo está puesto donde no va), y si el humorismo con potencial crítico involucra una relación de a tres (algo que no va en tanto contenido por una cosa mayor), en la ocurrencia -o en la provocación- nos quedamos solos. Lo mismo le pasa al que se hace el gracioso.

Ejemplos: “Iban a venir las inversiones, lo que vino es la basura”, ese es un ejemplo de chiste referido al decreto firmado por Macri para importar residuos, una cosa puesta en lugar de otra cosa. Con la misma temática, se puede plantear un guión: hay dos container de basura, uno es el de la basura local y el otro es el de la basura importada; hay dos filas de pobres esperando para revolverlos y es obvio que la cola para el container de la basura importada es más larga. Ese podría hacer un ejemplo de humor en tanto habla de algo más que de los elementos dislocados dispuestos en la situación.

 

10. Pero de nuevo: si, como dice Mercedes Moglia, el humor crítico es aquel que aspira a despabilar a la sociedad de la que surge y a la que interpela, entonces, podemos inferir, es un humor que necesita de los otros. A diferencia del ocurrente, para el cual los otros quedan reducidos a medios, a meros consumidores suyos o a competidores en una carrera de originalidad por llegar primero a la ocurrencia. 

Muchas veces uno mismo termina cayendo en el lugar del ocurrente. En los posteos, en los intercambios rápidos sobre coyuntura, en las conversaciones tomando algo de lo que circula para hacer un juego de palabras... Eso no arma mucho lazo y deja un sabor un poco triste, un poco parecido al regusto que deja el dispositivo de la opinión. ¿Por qué, sin embargo, lo seguimos haciendo? Bueno, porque tal vez, como suele decirse, quien logra hacer reír una vez no puede evitar el deseo de volver a hacerlo.

 

11. Hipótesis final: no hubo últimamente un humor más político que el de Peter Capusotto. Propongo entonces pensar, a partir del “legado capusotteano”, un humor político que ya no tenga que ver con reírse del otro ni con reírse de uno mismo sino con una crítica del nosotros. Donde lo político de ese humor no esté tanto en reírse de “los políticos” como en horadar los micro consensos copados, cotidianos, atronadores, con los que construimos nuestros modos de vida.

 

 

*Ensayo escrito durante el año 2019, previo a la asunción del Frente de Todos