Y entonces, podría decir un crítico, como todas, ésta es la historia de alguien. De uno que, en su búsqueda de volver a sentir las cosas, termina inventando un narrador y logra lo imposible. Te dice qué energías activar, qué tipos de trabajo te conviene tener, en qué barrios vivir, qué canales vaciar, qué hacer con las tecnologías, con qué preguntas testear los textos; te habla de dar clases como un escritor y de analizar la actualidad y hacer lecturas como un escritor… En definitiva, termina gestando algo así como un método y una ética de escritura. Tester y ethos. Los aportes que deja al común. Esas dos zonas. Sin haber escrito él mismo nunca, narrativa, ni una sola página.
Una vez apliqué a una convocatoria en el
Centro Cultural Parque España de Rosario. Fue en el año dos mil diez. Los demás
postulantes, luego me enteré, presentaron proyectos de libro de cuento, novela
o poesía a ser trabajados durante su estadía. Yo concursé con el guión de una
falsa crónica sobre la preparación intensiva que, me imaginaba, tendríamos.
Sesiones de step en las escalinatas del lugar, entrenamiento de boxeo, clases
de navegación por el Paraná, cruces diarios remando ida y vuelta hasta la isla.
Lo mínimo que debía tener esa residencia de escritores, en la que no quedé…
El escritor, en fin, más allá de la
literatura. En la pedagogía, en el balance político, en la crítica literaria…
Una poética que bien podría recordarnos a Zui Long, el misterioso narrador
malayo y maestro de artes marciales, secreto, publicado póstumo, que descubrí
hace poco. Se supo que tras un exilio y varios viajes terminó, a mediados de
los ochenta, instalándose en Villa Domínico, donde formó discípulos. Se cuenta
que los recibía en su casa y les daba clases de Kung Fu, Pa Kua o Tai Chi. Eso,
se dice, es lo que Zui Long entendía por esto a lo que hoy llamaríamos taller
de escritura.
Mientras tanto un furor, la peste del
mantenimiento, acecha las calles y se extiende cerquita de ahí, acá, a este
otro lado del río. Una
tropa de elite -equipada con escanfandras, mochilas, mangueras de sacar hojas,
de fumigar, de sopletear estatuas, máquinas de cortar cosas, agujerear y hacer
ruido en general- ostentando su poderío técnico, controla el espacio. No hay
una vez que pase para ir al Británico y en el Parque no estén manteniendo algo.
La peste del mantenimiento es tal que su vínculo con lo a mantener ya no
estaría tan claro. Los hombres desplegados en el territorio acaban alterando el
mapa migratorio de las aves. Las especies autóctonas de Plaza Irlanda, al ver
modificadas sus rutas de vuelo, introducen cambios en los ecosistemas del
Botánico.