sábado, 29 de junio de 2019

La cueva de los sueños (#Lecturas 2)


1. Sobre los bingos como fuente de oxígeno para los cuerpos quemados, nerviosos, manijeados que padecen la precariedad; sí. Y sobre las razones de su efecto balsámico pulmonar, eficacia terapéutica reparadora de estados de ánimo rebosantes en fragilidad. Sobre todo esto, dice Andrés Fuentes, autor de La cueva de los sueños, editado por Tinta Limón, trata su libro. Lo escribe ya en la introducción. Podríamos sumar una hipótesis: se trata de un ensayo de percepción. Un libro sobre contar la ciudad. 

2. Si un territorio -leemos- es la conjunción de cuerpos y entornos, y si nuestro entorno es la ciudad con su ambiente de enunciados, objetos, lugares, ritmos, fuerzas… entonces hay dos fuerzas medioambientales que empujan contra la posibilidad de ver y decir, o sea ensayar. Las de fuerzas de igualación -una democratización del aplanamiento de lo sensible vía pantallas- y las de predictibilidad -la estandarización de unas lenguas que, como cuando tecleamos, parecieran prever lo que hay para escribir o hablar.


3. ¿Qué es, en este suelo, hacer una crítica? Sobre eso también es la investigación, aunque no esté en forma explícita. Usando su propia terminología jugadorista: ¿habría una crítica tranqui (presupuestada en lo que se puede decir), una moral, una enviciada, una ortiba, llorona o condenada? No sabemos cómo se hace una crítica. Pero aprendemos a tener en cuenta cinco elementos: el juego como diagrama, la noción de megaentretenimiento, idea de economía afectiva, una teoría del estilo y de los ensambles libidinales. 

4. Endeudados estamos siempre. Desde el momento en el que nos levantamos y tenemos mensajes. Aceptar dar una charla sin conocer el tema, vender humo presentando el resumen de un programa que aún no existe para ganar tiempo, aplazar una respuesta pateando la pelota para adelante, actualizar la foto de perfil o cambiar la contraseña son pequeñas postales de endeudamiento cotidiano en la timba maquínico-vincular. La escena del tragamonedas, ¿no se parece en algo a la excitación de tirarse el lance con un imbox o un posteo y volver a dar refresh al celu a ver si sale like?

5. El desierto de Nevada, ciudades turísticas y de frontera, un barco flotante. Cuando era chico, el juego estaba asociado a lo distante. Un corte con la cotidianeidad. Lo otro del trabajo, el tiempo y el espacio. Era la lógica del entretenimiento. Un allá. Una vida todavía más disciplinaria que de rendimiento. Vamos ahora a la tensión entre existir y funcionar. Si existir supone vacilación, falla, tiempo muerto, funcionar supone seguir funcionando porque es algo menos propio de lo vivo que de las máquinas. Así como los bingos están siempre cerca y a mano, el megaentretenimiento es entonces, según el libro, un entretenimiento del acá: la proliferación de audios virales, memes coyunturales, videítos porno, fake news, bombas mediáticas, quilombos de Centurión. Escándalos rápidos para consumir mientras no podemos parar -porque todo, hasta armar una vacación implica un trabajo- estamos haciendo otra cosa o mientras tanto.   

6. La seducción de los bingos habla más de nuestras fuerzas que de las propias salas, dice Andrés. “Hay un trabajo estratégico por capturar sensibilidades que si resulta exitoso es porque expresa lo más profundo y concreto de nuestra vida contemporánea”. La fascinación tecnológica, la conexión con el imaginario de pegarla y salvarse, la utopía de un futuro en el que no haya que cansarse, la expectativa de que en la próxima jugada algo pueda cambiar. “Nuestras vidas son quemadas por la tensión que nos provoca el cuerpo a cuerpo con el mundo. Lo que nos tritura los nervios es la lucha para crear el terreno donde nos movemos, generar el suelo donde transitamos para gestionar la guita, los vínculos afectivos, andar por la calle o cualquier otra actividad”. En ese plan, asoman usinas de vitalidad. “El juego es una experiencia límite que emite una adrenalina que no resulta desgastante […] En las salas, si la suerte nos acompaña ganamos unos buenos billetes, mientras que afuera para conseguir billete hay que laburar”. 

7. Signos se emiten. Linguísticos y monetarios. Si algo caracteriza a dos de los sistemas que más usamos, las redes y el bancario, es que son opacos. No sabemos por dónde va la plata y por qué el algoritmo me muestra lo que me muestra del mismo modo en que se desconoce por qué da premio equis máquina. La idea de caja negra en Flusser como opacidad constitutiva de los aparatos. Su contrario no sería la transparencia sino la vitalidad, pareciera enseñarnos el autor de La cueva de los sueños con su manera de escribir la ambivalencia de las series bioenergéticas que podrían ir desde sacar al perro a pasar por Codere a pagar el auto.             

8. Cerramos citando su arenga textual: el problema no es estar cansando sino cuando el cansancio no tiene sentido, cuando las fuerzas puestas en marcha no son acompañadas de una alegría copada efecto de una potencia que se activa. Un cansancio ligado con el bajón que nos estanca y hace pedalear siempre en el mismo lugar. Por eso un desafío político es cómo hacer fuerza y darle espesor a nuestros cuerpos para no dejarnos arrastrar […] Corrernos de una vida que se haga preguntas sobre lo que quiere por un querer que ponga en pregunta qué es vivir.