martes, 21 de agosto de 2018

Diario de escritura, ciudad, generación y trabajo (III)


Escribir para no ser escrito. De acuerdo. En principio, por las novelas familiares que nos hablan. Después -y sobre todo- por los automatismos discursivos de la época. La que narra en nuestra familia es mi abuela paterna. De mi mamá no sé casi nada. Mi madre se deja narrar. Es así en la memoria. De boca de la rama materna de nuestra familia no recuerdo haber escuchado historias…  
El tío Leonardo echó a Rucci de su estancia en el norte porque envalentonaba a los peones. El tío Tito atropelló a un mendigo en la ruta, en Chaco. Era de noche, y cuando se bajó y vio lo que había hecho, le dio tanta impresión que volvió al auto, agarró el volante y se murió de un infarto. A mi abuelo Eduardo lo echaron de la gerencia de Acindar por ser honesto. Nunca antes se lo había visto llorar. Fui el primero en descubrir que mi mamá estaba embarazada. Tenía un año y medio…

Relatos que se cuentan a la hora de la siesta en Rosario y relatos que ahora me cuento. Estoy en cuarto grado y noto que mis compañeros se burlan de otro chico. Lo hostigan, lo insultan, lo tratan de “negro”. Debo estar en quinto cuando escucho en televisión la palabra “Perón”. Es en la cocina de mi casa, en Humberto Primo, durante un almuerzo. Primeras veces de las cosas, por ejemplo…
Vuelvo a Mar del Plata después de treinta años. Tengo la sensación de haber estado ahí antes. Es una emoción rara, inexplicable, como agradable en el cuerpo. Caminamos con Mariana por el centro sin demasiadas coordenadas, hasta que veo una galería, y al lado la entrada de un edificio, y enseguida sé que fue ese el edificio en el que vivimos seis meses cuando mi hermana era bebé…
El lenguaje es de ciudad. Nunca me salió hablar como se hablaba en el pueblo, por más que quería, para encajar. Forzaba la cara, hacía fuerza con las palabras. Estaba incómodo. Lo sigo estando cuando salgo de Buenos Aires. O cuando hablo con un venido que no tiene curiosidad. La ciudad como condición material de algo, decía. La ironía y otros juegos linguísticos propios de la producción de excedente psíquico son algo urbano. Nada que hacer. No hay neurosis en lo rural…   
La Gran Capital ofrece lo que en otro lado no hay, los modelos de mujer que a mí me gustan: el socio-peronista y el judeo-intelectual. Mujeres del campo psi y de las ciencias sociales. Mujeres de las artes escénicas y las letras. Uno tiene el humor y el lenguaje, el otro tiene la acción y la política. Es difícil conjugarlos. Son dos líneas paralelas. Dos carriles, que salvo veces, casi nunca se cruzan…

[Continúa]