“El cuento minimalista tipo carveriano,
la crónica, ahora parece que el perfil. Por alguna razón, los géneros que se
ponen de auge suelen ser aquellos más bien reglables y mediados por un
componente de procedimiento. Por lo general, esos géneros tienen taller. A
diferencia de la novela, que tiene clínica. O del ensayo, que no tiene nada […]
La dolorosa declinación del ensayo en manos de los talleres literarios agrupados
junto a editoriales y oficinas de publicaciones en la zona de la ciudad
recientemente declarada Distrito Literario, prefiguraba los aires de
normalización, ordenamiento y fascismo vecinal que en la aciaga hora se
respiran” (Carta abierta enviada desde el exterior a los suplementos de cultura
de los principales diarios. No publicada).
“Tren, Remington, telégrafo. Onganía,
Levingston, Lanusse.Metrobus, Kevingston, canil” (Santas trinidades. Historia tecnológica
de la sumisión sometida. De la Patagonia rebelde a la cityde nuestros días).
“Un movilero de televisión, un estudiante universitario de ciencias sociales o un cronista becado por la Fundación Nuevo Periodismo; entran a un barrio, se acercan a un movimiento popular aunque por qué no a una villa, de donde extraen información para trabajo, sacan testimonio para nota, hacen entrevista; sin saber, sin acaso reparar, sin siquiera sopesar que así como los ven, que así como se van, están plantando, están sentando, están montando las bases de un modelo de desarrollo neo-extractivista en toda América Latina” (Viajeros, señoritos, soñadores. Cultura económica reciente en cono sur).
“Un movilero de televisión, un estudiante universitario de ciencias sociales o un cronista becado por la Fundación Nuevo Periodismo; entran a un barrio, se acercan a un movimiento popular aunque por qué no a una villa, de donde extraen información para trabajo, sacan testimonio para nota, hacen entrevista; sin saber, sin acaso reparar, sin siquiera sopesar que así como los ven, que así como se van, están plantando, están sentando, están montando las bases de un modelo de desarrollo neo-extractivista en toda América Latina” (Viajeros, señoritos, soñadores. Cultura económica reciente en cono sur).
“Un poquito más. Dale. Qué te cuesta. No te cuesta nada. Si vos podés.
De última, poquito menos poquito más no te cambia en nada. ¿O me vas a decir
que te cambia? Dale. Un esfuercito nomás. Eso. Así me gusta. Así. Eso…” (Levantar
la vara. Disposición subjetiva a la inflación en Argentina. Teatro reunido).
“Si la economía es financiera es porque se asienta sobre un cuerpo que
ya está subjetivamente bancarizado. Si el capital financiero es opaco es porque
el lenguaje que tenemos es un lenguaje transparente que entrenado en las
carreras de comunicación durante años ya no puede asir ni nombrar nada
absolutamente” (Diario íntimo).
“El caso de la Revista Anfibia es paradójico. Procurando conjurar la ominosa
tradición del periodista opinador genérico, decide convocar para cada tema al
cientista social que en ese tema es especialista. Lo que no sospecha, la
Revista Anfibia, es que al pedirle nota según frecuencia de actualidad y
temporalidad de agenda noticiosa inmediatista, al intelectual especializado, al
hombre de ciencia, al investigador avezado lo termina volviendo periodista” (Un
médico en la sala por favor).
Si cuando renunció a su cargo en la Universidad por no
soportar las exigencias de los sistemas internacionales de publicación con
referato, y cuando renunció al Premio Itaú de ensayo por estar en desacuerdo
con el convenio bilateral de producción automotriz con Brasil, ningún escritor
del campo popular salió públicamente a respaldarlo, no le sorprendió ver por el
televisor del bar La Ópera cómo, en la Legislatura, el bloque peronista daba
quorum para que la comisión de obra púbica aprobara el proyecto oficialista de
licitación del Distrito Literario. Pensó: no hay salida. Lo supo: ahora sí
estaba todo definitivamente terminado.
Unos años antes, con el desembarco invasor del tapeo en
Buenos Aires, una línea de menues que, así recién llegada como se la veía, sabía
que acabaría por extenderse e imponer más temprano que tarde una cultura
individualista neoliberal en la gastronomía, ya había sentido el presagio de la
partida. Fue ahí, aquel mediodía diáfano, al regresar de la Facultad. Volvía
caminando a su departamento de la calle México cuando, el avistaje de esa
tipografía mediterránea trazada con pulso new age en la pizarra exhibida al
transeúnte sobre la vereda santelmitana, le marcó en el pecho que el final se
acercaba.
Por eso, en la madrugada de maratónica sesión, ante la
votación consumada, ni lo dudó: agarró los ahorros que le quedaban y compró un
pasaje al exterior. Dejaba el país, literalmente, de la noche a la mañana. Pero
antes de irse, me llamó para por fin, por alguna razón que sólo él conoce, aceptar la histórica
entrevista a la que tantas veces se había negado y que a continuación presentamos
al lector. Las posibilidades de la literatura ante la proliferación
comunicacional, la crítica económica de objetos culturales como método, el
negativismo exagerista, la ciudad palermitana y el rol de los escritores frente
a las últimas novedades en el arte de gobernar: polémico, en la charla habla de todo.
Lo primero que voy a hacer cuando llegue a mi nuevo destino
trágico es escribir una carta pronunciando mi posición, dijo ni bien me vio,
con su habitual mal carácter y la arrogancia de siempre. Hacemos la entrevista
a condición de que no haya preguntas sobre mi exilio, disparó prepotente desde
su bigote amarillento. Si de preguntas se trata, me pregunto cómo es que anoche
en las discusiones nadie se interrogó por las relaciones entre cartelización de
la obra pública y obra literaria. Llevaba una valija de cuero marrón y vestía
un sobretodo igual de raído, a tono con el paisaje melancólico del Río de la
Plata que se recortaba de fondo.
Eran las ocho AM de un día nublado de marzo de 2016 y nos
sentamos en el sector fumadores del bar del hall. Pidió un café negro largo y
estranguló en el cenicero un primer Marlboro Box. Desconocido para el
gran público, una voz ausente clave para entender las claves del presente, autor
de materiales tan prolíficos como anónimos muchas veces, a cuyas zonas
inéditas, además, tengo acceso: tenía, ante mí, una enorme responsabilidad, a
la vez que un gran privilegio. ¿Estaría a la altura? El último llamado a
embarcar se anunciaría recién a las nueve. Había tiempo para el pensamiento.
“Cuanto más emite el sujeto, más se
separa de sí mismo”
Releyendo su obra, uno puede notar cómo la
interfaz entre escritura e instituciones lo convoca particularmente y cómo le
permite caracterizar la política cultural de los últimos diez años. Sin ir más
lejos, en su Cultura económica reciente,
desarrolla un método de lectura e indagación que resulta sumamente estimulante.
¿Querría contar cómo surgió, profundizar la idea, en fin, comentar un poco al
respecto?
En
una investigación anterior había encontrado que para el sistema educativo
escritura es acta, planificación, examen, proyecto. Es decir, una práctica
vinculada más a una serie administrativo-evaluadora que a una serie
expresivo-testimonial. Este libro comenzó teniendo la pretensión de determinar
qué es la escritura para otros sistemas, como el cultural, pero esa inquietud fue
quedando en segundo plano y terminé avanzando en otra dirección. Reuní el
conjunto de revistas indexadas con temática humanística pertenecientes a
universidades públicas, el corpus de tesis doctorales de ciencias sociales que
se han presentado, proyectos de investigación postulados a beca conicet tanto
en literatura como en la comisión de sociología y demografía, planes de trabajo
concursados en el Fondo Nacional de las Artes. Hubiera sido interesante tomar
documentos internos de grupos de trabajadores de institutos y centros
culturales, de bibliotecas nacionales. Escritos colectivos en los que se plasme
un balance, una sistematización acerca de qué, cómo, con quién, con qué límites
hicieron lo que hicieron. Nada de eso existe. Y esa es una ausencia que vivo de
manera dramática.
¿Con qué se podría decir que se encontró, al reunir y
trabajar sobre esos conjuntos y esos corpus de materiales estatal-escriturales?
Encontré
fundamentalmente dos cosas. Una reducción del lenguaje a medio de comunicación.
Y una explotación de la realidad. Su subsunción a parcelas de objetos redituables,
tematizables, concursables. Pienso en Martínez Estrada.
El actual gobierno asumió hace unos meses y sin embargo uno
ya puede vislumbrar esta suerte de expropiación de la conflictividad del
lenguaje que pareciera venir a proponer. En algunos ámbitos se viene
discutiendo mucho sobre el rol del escritor en el nuevo contexto. Preguntarle
entonces por esa discusión.
Permítame un rodeo: la vida pública normaliza el
lenguaje, lo estandariza y lo convierte en reglas de protocolo, lo
institucionaliza, lo mecaniza. Paralelamente, la novedad del siglo XX es que al
cuerpo se lo exige como a una máquina, que pasa a estar regulado con criterios
de funcionalidad y rendimiento, como cualquier otra máquina. Entonces: si la
vida social propiciaba una primera separación del lenguaje respecto de su
naturaleza creadora orgánica, la maquinización del cuerpo va a propiciar una
segunda. Puesto que si el cuerpo es máquina, ¿por qué no se va a maquinizar el
lenguaje? Así como el control social se ejerce menos por obediencia y
represión que por iniciativa y movilización del deseo, el poder en el lenguaje
pasa no tanto por lo que censura y calla como por lo que hace decir y hacer. Emitir mensajes.
En la comunicación permanente mediada por pantallas está operando el poder. ¿Pero
tenemos todo el tiempo algo para decir?, ¿no llega un momento en el que la
palabra acelerada, vertiginosa, se nos automatiza, se nos separa, se nos
dispara y adopta una vida propia, una naturaleza ya no orgánica sino maquínica
en la que dejamos de ser nosotros los que hablamos? Situaría en este punto la
pregunta por el escritor. No es lo mismo el escritor en tiempos disciplinarios
duros -donde viene a desencorsetar, a liberar la palabra, a descomponer y ahí
ya el solo hecho de ser escritor lo coloca en un lugar de transgresión- que
pensar al escritor en tiempos emiso-mediáticos, donde la palabra ya está
disparada, dispersa, caotizada y todo puede ser dicho sin que eso signifique
que se componga o se esté diciendo algo. De modo que la pedagogía del
vaciamiento que propone el nuevo gobierno se vuelve un problema mucho más
acuciante, porque la lógica del emisionismo puede multiplicarla
exponencialmente hipetrofiando, saturando gravemente las posibilidades
nerviosas que como sociedad tenemos para procesarla. Cuanto más emite el
sujeto, más se separa de sí mismo, más se vacía. Emisión monetaria y
emisión de signos. Plata que no remite a productos tangibles sino a la misma
plata. Palabras que no remiten a las cosas concretas sino a más palabras. Eso
es lo que algunos autores de moda denominan capitalismo semiótico. Algo que yo
venía tratando de reflejar ya desde antes en mi obra Levantar la vara. Si la deuda externa existe, planteaba, es porque ya
hay una disposición subjetiva a la deuda. En este punto, creo que el papel que
tenemos los escritores es triple: tratar de efectuar las posibilidades de la
lengua cada vez que tomamos la palabra; no hablar con los lenguajes del
dominador; hablar menos. No es con “más poesía menos policía” que se puede
hacer una intervención política hoy, sino en todo caso con menos policiación de
los lenguajes. Y ya que estamos, por qué no, con menos poesía.
Con esta
suerte de tiro por elevación a la posición de ciertos colectivos de poetas, no
puede uno dejar de recordar aquella polémica suscitada por sus dichos acerca de
la formación curricular en las carreras de realización audiovisual…
Al pretender encontrar el conflicto en la historia
que cuenta y no en la historia social en la cual transcurre la praxis de su
contar, el guionista egresado promedio termina sintonizando con el gobierno
actual. Creo que está todo dicho. El conflicto es al guionista lo que el
sumario al periodista. Buscar lo conflictivo y hacer sumarios, son, vaya ironía,
dos cosas que hace nuestra policía.
¿Cuáles les
parece que son entonces los clivajes que dividen a la literatura de la época?
¿Mainstream-Underground? ¿Oficiales-Malditos? ¿Vitalistas-Cínicos? ¿Auditivos-Visuales?
Ninguno de esos pares me resulta elocuente. En
régimen de expresión, el clivaje es mediático emisionistas versus animal
orgánicos. En régimen de circulación, el clivaje es auto-lobystas versus
encuentristas. En ética estética, Palermo contra todo lo que en el país y en el
continente no es Palermo, que lamentablemente cada vez es menos, problema de
una urgencia insoslayable, de acuciante tratamiento. Hay además otras zonas de
indagación que me convocan. Señalo acá solamente algunas de las que trabajé en
los ensayos agrupados en Un médico en
la sala: relación de los escritores con
la coyuntura. Adhiero a los escritores que tienen una relación no actualista,
no agendista con la coyuntura. Relación de los escritores con los viajes. Así
como los poetas de fines del XIX y principios del XX inventaron el viaje a
Europa y Ernesto Guevara inventó el viaje por latinoamérica, ¿qué viaje
inventamos hoy? No inventamos ningún viaje. Relación con la ciudad. No andamos
en bandada por la ciudad. Andamos de a uno. Tenemos una relación mediática con
la ciudad. La ciudad es eso que está en el medio del punto en el que estoy y el
punto al que tengo que llegar. No permanecemos en la ciudad. Con lo linda que
es. Eso es algo que a mí me llama poderosamente la atención y que vivo dramáticamente.
Relación de los escritores con la materialidad de la arquitectura. Minimalismo
durlockiano, ornamentalismo blanco, transparentismo vitricular. Tríadas, series
dominantes, santas trinidades: Durlock, Cunington, Smartphone, como antes
Winchester, Sociedad Rural, alambrado. Pero volvamos a las relaciones. Relación con lo inmobiliario. El que alquila no tiene escritura. Relación con la ecología. El gobierno autónomo está permanentemente haciendo obras que no sirven más que para mostrar que se están haciendo obras. Habría una Larretización de lo publicable, del mismo modo: del evento para presentar el libro al libro para tener un evento. Ríos de tinta que ciertamente le generan una contaminación innecesaria al medioambiente. Otra
relación: relación de los escritores con lo subalterno. Me convocan
especialmente quienes mantienen una relación no imaginaria, es decir no
académica, es decir no mediada por la fotocopiadora del centro de estudiantes
de la vieja facultad de ciencias sociales con lo subalterno. ¿Qué hacemos,
aparte de narrarlo?, ¿qué hacemos con lo subalterno? Relación con la crítica
literaria. No se hace más crítica literaria, se hace reseña. No hay crítica cultural,
hay suplemento. En rigor, relación con el papel. El papel es el árbol, el árbol
es la sombra, la sombra el caballo, el caballo la tierra, la tierra es la
madre. Me interesan las relaciones no telúricas ni pachamamescas con la tierra.
Y las relaciones de los escritores con las madres.
Escuchándolo,
uno puede notar cómo recurrentemente usa el No. “No actualistas”, “No
telúricas”… Es como si encontrara en el No una potencia. La potencia del No.
¿Querría comentar algo sobre eso?
No.
Entonces
podemos volver a Palermo. En otra entrevista ubicaba a Villa Urquiza ya también
como parte de Palermo. ¿Lo sigue sosteniendo?
Enfáticamente. Villa Urquiza sigue los pasos
de Villa Crespo. Barrios más diseñados que vividos. Para ser habitados como un
turista. Como un diseñador lampiño. O como un diseñador turista. No hay
Rapipago, hay Pagofácil. En esos barrios vivimos los escritores. ¿Quiere esto
decir que para sostener una ética de la escritura tengamos que migrar a Villa
Santa Rita o Villa Luro? No lo sé. Y esta incerteza se me presenta con un
componente de dramaticidad francamente insoportable. De paso: ¿se han hecho las
inversiones correspondientes en Villa Crespo para evitar el colapso
habitacional al que está conduciendo el crecimiento exponencial de actores de teatro
mudados al barrio en los últimos años? No lo sé tampoco.
Y esa
incertidumbre se le vuelve dramática…
No, esa no.
Uno
de los clivajes que postulaba recién tenía que ver con la relación de los
escritores con lo subalterno. Le he leído afirmar que toda situación puede ser
pensada como una distribución de cuerpos y palabras. Y que por lo general, el
que pone la palabra no pone el cuerpo y el que pone el cuerpo no pone la
palabra. Trazaba usted una serie entre la reciente constitución de la educación
física como campo académico -con la consecuente apertura de diversas
licenciaturas- y la apertura de maestrías en artes de la escritura creativa.
Esa serie le permitía problematizar una historia de la distribución
palabra/cuerpos e inferir maneras en que se fue achicando la brecha en el
último tiempo. De todos modos, para aprovechar el rato que nos queda, me parece
prioritario retomar ahora otra de sus inquietudes recientes. Si entendí bien lo
que plantea en Viajeros, señoritos soñadores, tenemos que decir que hoy hacer crítica
literaria es hacer crítica de la emisión. Pese a pertenecer a otra generación, y esto es algo que da cuenta de la curiosidad como incansable motor de la vitalidad
de su pensamiento, trabaja usted la economía discursiva en las redes. Postula
la hipótesis de la extinción de la gratuidad de la palabra a partir de dos
casos. El caso del colaborador freelance, que sólo escribe en lugares con
versión digital para compartir el link. Y el caso del joven académico, que sólo
escribe en lugares indexados. Lo relaciono con uno de sus actuales trabajos en
curso, El ciclo de la producción inmaterial, sobre la economía política de la etiqueta en facebook. ¿Hay algo que
pueda adelantar sobre eso?
En
la economía política del habla virtual existen dos grandes tipos de etiqueta:
la etiqueta afectiva y la etiqueta financiera. La segunda está mediada por un
cálculo de utilidades en un sistema de rendimientos. Posteos que se ponen a
trabajar. Con etiquetas que traccionan likes, aseguran visibilidad, aumentan renta
subjetiva y tiempo de permanencia en el timeline de la existencia. Pero permítame, porque acá se dejó deslizado algo
que quisiera retomar para formular una advertencia. Los egresados de Letras y
los que trabajan como periodistas culturales sin haber pasado nunca por Puan.
Los primeros recelan de los segundos. El debate por el acceso a la palabra
pública autorizada es encarnizado y permanece abierto. Vislumbro consecuencias
trágicas en el horizonte venidero. Pienso en Martínez Estrada.
La apelación constante al recurso de la enumeración
hace pensar en el discurso clasificatorio y el discurso clasificatorio nos
remite al discurso de la ciencia. Podemos recordar, sin ir más lejos, aquella
clasificación de los editores en meceno-coleccionistas, padrino-alentadores, interlocutores,
videntes, guardianes de acceso y técnico-gestores. ¿Cómo se lleva con la
posibilidad de ser tildado de cientificista en su discurso? ¿Lo asume como un riesgo?
No en
rigor. Si por ello fuera, la pregunta misma referida a los clivajes sería
considerada científica. Formulada con un lenguaje que no es autónomo sino
importado de un campo exterior al de la literatura. Pienso, pregunto: ¿toda
enumeración es una clasificación?, ¿qué relación existe entre lista y
enumeración?, ¿y entre clasificación y lista? Propongo establecer esta
hipótesis: la lista es un discurso
de la clínica, la clasificación es un discurso de la ciencia y la enumeración
es un recurso de la literatura.
Hablábamos
del rol de los escritores en la actual coyuntura. La pantalla indica el último
llamado a embarcar. No se me ocurre mejor manera de cerrar la conversación que
volver a preguntarle por las politizaciones posibles de la literatura.
Son fundamentalmente tres. La literatura es
la guardiana última de la densidad, la violencia y el conflicto del lenguaje,
batalla semántica contra la pretendida transparencia de la comunicación. Esa es
la primera politización. El hombre le cede cada vez más funciones a la
máquina. Funciones de orientación en el espacio, funciones de memorización
mental, funciones de erotización. Dramáticamente: la masturbación autónoma se
perdió. Amputación de la autonomía de creación de imágenes placenteras propias,
no mediadas por pantallas. Autonomía enunciativo-imaginal. A eso me estoy
refiriendo. Algo análogo podemos pretender de la literatura. Postularla como el
último bastión, el laboratorio de creación y experimentación de imágenes
no-previsualizadas autónomas, resguardo final de lo orgánico y de una
sensorialidad no-maquínica. Postulación de imágenes de ciudad. Una ciudad otra,
sustraída de la ciudad técnica diseñada en función de circular. Todo eso daría
forma al segundo plano de responsabilidad humanista, politizadora, que la
literatura tendría. Tercera politización: la ironía como lo que remite al
cuerpo, a la voz y a lo propiamente humano, aquello que rompe con la reducción
a ceros y unos del pensamiento binario. Del algoritmo al ritmo. Del lenguaje
como medio de comunicación eficiente al lenguaje como gratuidad creadora.
Preservar el lenguaje de la ironía y la ironía del lenguaje.
Conciente del valor documental del
producto obtenido, en un país proclive a la repetición, vuelvo a revivir el
final de la secuencia. Chequeo que la entrevista haya quedado bien grabada en
el teléfono, tomo el cortado frío que por la compenetración nunca llegué a
tomar, y pido la cuenta. San Martín, Rosas, ahora él. Páginas, capítulos de una
misma historia. Algo familiar hay en la escena. Acodado en un rincón de la
cubierta del Buquebus, adivinándolo fastidioso por el deambular molesto de los
pasajeros con niños que no se quedan quietos y bajan y suben las escaleras, lo alcanzo
a ver entre volutas de humo, en territorio patrio, acaso por última vez. Con
destino a la vecina localidad de Colonia, olvidado y solo, el irreductible Fernández Barrios parte al destierro. Se acerca la camarera y pago: ochocientos
pesos con setenta.