viernes, 19 de julio de 2013

Dos lecciones humorísticas

Se metieron con uno de los nuestros y ahora nos queremos vengar. Los comediantes daremos un gran golpe comando. Irrumpiremos encapuchados en una reunión del Alto Centro de Estudios Literarios Universitarios (ACELU) y tomaremos la oficina por sorpresa, en un despliegue celular perfecto y absolutamente insospechado, digno de milicia popular. A uno de sus integrantes le vamos a sacar los lentes de marco grueso y se los vamos a limar hasta que le queden finitos. A otro le vamos a hacer un collar carioca con el anillado de alguna tesis doctoral. A un tercero lo obligaremos a ver cómo le descargamos y le borramos todos los artículos del CVAR. Todavía no sabemos muy bien a quién le va a tocar cada cosa. Pero eso es lo que haremos, para amedrentar…

¿Y si en vez de amedrentarlos, escribimos?

— Puede ser. Escribir, dicen, es mejor que amedrentar

— ¿Y leer?

— No, leer no es mejor que amedrentar

— Bueno. Entonces escribamos

— Sí. Y después corrijamos

—Y mandemos a concurso

— Eso. Y ganemos el concurso

— Perfecto. ¿Pero qué escribimos?

— Podría ser una novela

— Unade humor. La más grande novela…

Para demostrar que no es cierto que nosotros no podamos hacerlo. ¿Nosotros justamente, los comediantes, no vamos a poder? ¿Nosotros, que por nuestra inclinación a la observación y nuestra capacidad para la tipología y la clasificación somos los mejores sociólogos? ¿Los comediantes, que tomamos el pasaje de ocho a quince unidades que se produjo en las cajas rápidas de los hipermercados para hablar de la sociedad de consumo, diciendo a nuestra manera y en menos páginas lo mismo que a la suya dice Bauman…?  

Porque todo eso es el humor. Todo eso que excede a contar chistes, como suelen considerar los periodistas especializados en cultura y espectáculos. Esos mismos que no pueden terminar una nota sin la infalible pregunta: ¿para qué sirve el humor?

Escribir una novela entonces. Y reconstruir los últimos días de Fontaine, uno de los nuestros, en cuyo derrotero final seguramente el Alto Centro de Estudios Literarios Universitarios haya tenido algo que ver. Porque, ¿y si todo hubiera empezado con las desafortunadas declaraciones de la Licenciada Kapeluz, su Directora, a la prensa?

Hubo una nota en la que la consultaron por un nuevo proyecto en el que el grupo estaba trabajando, algo así como una revisión crítica de la obra de Thomas Skurabi. En un momento de la entrevista le preguntaron por el panorama de los exponentes locales y Kapeluz hizo mención a Pink Fontaine. Dijo textual:

“Por ahora no está en carpeta dedicarnos al trabajo de Fontaine. Durante mi gestión, la línea de investigación del Centro ha privilegiado siempre a los grandes novelistas. Y Fontaine, según nuestra consideración, es un hábil parodista, un entretenido narrador de cuentos y un prolífico historietista que todavía le adeuda a la crítica una buena novela. Evidentemente, una cosa es la parodia y otra muy distinta es la novela. La parodia y la novela son dos cosas distintas”.

¿Cómo quedarse de brazos cruzados ante tamaño destrato? Sin tener en cuenta esas declaraciones de la Licenciada Kapeluz, difícilmente podamos comprender las claves del ocaso de Fontaine. Hay quienes sostienen que nada sería igual en su vida desde ese día. Y a nosotros la crónica de los hechos que nos llega, por cortesía de un prestigioso semanario cultural, que ahora transcribimos resumida, es la siguiente:

 

… Tocado en su orgullo, Fontaine cumple con algunos compromisos pactados y se recluye en su estudio a trabajar en una novela consagratoria para refutar los dichos de la Directora. Las dos que ha publicado con anterioridad, se dice a sí mismo, no cuentan. Eso fue hace mucho tiempo y por entonces era joven, no sabía bien lo que hacía, no podía saberlo.

Le avisa a la mujer que no está para nadie y se lo avisa al hijo también, que ya no vive con ellos pero por las dudas. Se enfoca tanto que, aquello que comienza siendo un desafío personal, se va lentamente transformando en una especie de obstinación y muy pronto la reclusión se va tornando absoluta.

Trabaja día y noche y cuando se quiere dar cuenta ya casi no sale. Ni siquiera para ir al club. Ni siquiera para ir a la mesa del bar con los muchachos. La dedicación va en aumento y desiste de todas las nuevas propuestas que le llegan. No deja de atender ni de escuchar a nadie, pero una y otra vez dice que no a las ofertas.

Durante prácticamente un año no ha hecho otra cosa que estar encerrado ocupándose de su proyecto. ¿Pero cuál es exactamente su proyecto? Boceta, arma personajes, entrecruza tramas, ensaya estructuras, compara borradores, tacha, corrige, escribe, reescribe… y así sigue hasta que sufre el primer ACV.


 Heráclito, el río

Alfonsina, el mar

El mar va y viene sobre sí mismo, se pliega, se despliega

[¿es autorreferencial?]

El mar siempre está de frente, viene hacia uno

Al río, de costado, lo ves pasar.

El río pasa, corre

Va, se va

Se va al mar, se vuelve mar.

¿Y las aguas termales? ¿Qué son las aguas termales?

Las aguas termales son la ignominia.

 

El río pasa y pasa incansable

Persevera entre las urbes, esquiva barcos, rodea pedazos de tierra

Persevera, corre, va.

Va a morirse lejos

Como los gatos, digno, va a morirse al mar.

Todo ese fatigoso progreso a través de las llanuras chatas y anodinas y el lodazal

Todo para encontrar en el mar lo que ya sabe:

La deshidratación, la descomposición

Su irremediable destino, su funeral.

Qué prestancia, qué poder, qué misterio, qué suficiencia el mar.

Pero el mar y la tierra toda emanan de la terma

De lo profundo

De la energía vital

D la luz incandescente

Del manantial.

Luz, pozo, creación, agua de la vida, agua termal

¿Te merecen los hombres? ¿Te merecen los hombres?


Queda postrado un tiempo pero con la ayuda de la familia y los amigos del bar lentamente se recupera. La calvicie es lo único que le ha quedado como secuela. Al dejar el Hospital, ante la muchedumbre de seguidores que lo esperan en la puerta, exhibiendo una calva reluciente ahí donde antes había una frondosa cabellera, comenta:

“… Lo único que lamento de todo esto es que nunca conoceré las canas. Pasé de morocho a pelado sin escalas. Ya no podré vivir la experiencia de quedarme canoso. Lo lamento. Porque como todos ustedes saben, nunca he sido un hombre de saltearme etapas…”.

Por recomendación de los médicos, empieza a hacer un poco más de vida al aire libre y adopta un perro. Camina todos los días desde su casa en Pichincha hasta el Parque Urquiza y ahí se queda horas mirando los picados informales que se arman, quién sabe si evocando otra de sus grandes pasiones, algún recuerdo futbolístico del pasado.

Más temprano que tarde, eso que era prescripción médica se empieza a volver aplicación metódica y, si al principio se quedaba dos horas mirando a los pibes jugar a la pelota, ahora se queda seis. En verano vaya y pase, pero tanta exposición al aire libre en el invierno se paga con complicaciones respiratorias y estados gripales.

Con el perro se ha hecho inseparable. Animales domesticados hay muchos, piensa, pero institucionalizados, sólo el perro y el caballo. Le gusta imaginarse un diálogo de dos perros viejos conocidos que entraron juntos a la policía, y que a la pasada, con el tiempo se reencuentran y se ponen al día. Uno le cuenta al otro que ya no está más en la cancha, que pidió el pase a narcóticos porque ahí se trabaja más tranquilo que en infantería…

Imaginar animales cumpliendo funciones en fuerzas de seguridad y ejércitos se le vuelve pasatiempo. Cuando se quiere dar cuenta no ha vuelto al bar, ni al trabajo, ni a la novela y por esos días sufre el segundo ACV....


[Continúa...]