domingo, 21 de septiembre de 2025

Escenas y personajes de Aspergistán II

 

Ramiro gasta todo su sueldo en hacer cursos y terapias. A los días de la semana ya repartidos entre teatro, cerámica, programación neurolingüística y jardinería, le suma ahora bar tender y gestáltica. Cuantas más actividades agrega, menos dinero le queda para comer y empieza a adelgazar. Adelgaza tanto que se ve forzado a acudir a una nutricionista que le receta una dieta especial para aumentar de peso. Pero la nutricionista también cuesta plata, y, puesto a elegir, Ramiro prioriza seguir pagando sus cursos y terapias. Al límite de la inanición, no le queda otra alternativa que recurrir a una olla popular. Allí se sensibiliza con el mundo de la militancia comunitaria, se alimenta, y, de a poco, recupera su antigua masa corporal. Sin embargo, cuando se quiere dar cuenta, ya está cursando un taller de historia reciente y otro de trabajo social.

  

Lorena está llegando tarde y al notar la lentitud con la que avanza el colectivo, decide bajarse. Si bien acaba de gastar plata en un pasaje trunco y a esa altura del mes vive con lo justo, agarra y se toma un taxi. Pero el tráfico a esa hora es infernal y el taxi no parece avanzar más rápido; así que paga, se baja y, con el último saldo que le queda en la tarjeta Sube, ya definitivamente jugada con el horario, se mete en el subte. Agitada y envuelta en sudor, Lorena mira la hora en el celular, calcula el tiempo que todavía le falta para llegar a la oficina y maldice, pudiendo haber mandado el telegrama por correo, maldice el momento en que decidió ir en persona a renunciar.

 

Ramiro II. Ramiro acepta que tiene un problema. Por primera vez reconoce que hay algo en su comportamiento que no puede controlar. Así es como empieza a tratarse con un psicólogo especialista en adicciones. No obstante, cuantas más sesiones necesita, más en rojo quedan sus cuentas y más se endeuda con el terapeuta. Está en condiciones de conseguir otro trabajo que le permita disponer de mayores ingresos, sí, pero eso le restaría tiempo para seguir cursando y tratándose. Así que se le ocurre que quizás sería mejor asesinar al especialista y liberarse, de ese modo, de una porción de su deuda. Se inscribe entonces en un curso de tiro. Pero como la iniciativa no lo termina de convencer, se anota a la par en uno de astrología. ¿Cuál es el mejor camino? ¿Qué es lo correcto? ¿Qué debe hacer? Quizás los astros lo ayuden a saber.

 

Silvia es escritora y en realidad se llama Tiziana, pero se hace llamar Silvia porque es ferviente admiradora de la poeta Silvia Plath. Tanta es la devoción de Silvia hacia Silvia Plath, que termina imitándola en todo. Emula los temas y el estilo de su poesía, su manera de vestirse, de hablar… A veces Silvia fantasea con imitar también la manera de morir, dejando el horno prendido e inhalando el gas. Pero con los aumentos de tarifas que estuvieron habiendo últimamente, teme que cuando llegue la factura no la vaya a poder pagar.

 

Tadeo forma parte de una banda dedicada a secuestros extorsivos que tiene cautivo a un importante empresario. Él es el encargado de hablar con Julia, la hija del empresario, para negociar las condiciones del rescate. Al principio la comunicación sigue los pasos y los tiempos habituales para ese tipo de situación, pero, en un momento, Tadeo se empieza a poner ansioso: se ofusca si la llama y le da ocupado, se irrita si el teléfono suena y ella no atiende, le hace planteos si no responde sus mensajes… “¿Se puede saber dónde estabas… qué estabas haciendo… con quién estabas hablando?” La ansiedad alcanza su pico máximo cuando la empieza a seguir en redes sociales. Julia no tarda en advertir la toxicidad de Tadeo y se ve en la necesidad de ser clara con él: “Del único modo que me interesas es como secuestrador de mi papá. No estoy interesada en ningún otro tipo de relación con vos, ¿ok?”. Tadeo decide bloquearla y pedirle que se haga cargo de las negociaciones a otro integrante de la banda.

  

Laura se queda toda la mañana en su casa para recibir el técnico enviado por la empresa que le provee el servicio de internet y cable. Como el rango horario que le da la empresa no es muy preciso (el técnico puede ir a su domicilio entre las 8 y las 13), por las dudas, esa mañana Laura no sale ni a comprar cigarrillos al kiosco de la esquina. Pasado el mediodía, le llega por wasap un mensaje del técnico diciendo que está en camino. Laura entonces da por hecha la visita, se relaja, se desentiende del teléfono y queda atenta al timbre que, de un momento a otro, en breve, estará sonando. Pero pasan los minutos, quince, media hora, una hora, y no hay ninguna novedad. En eso, Laura nota un mensaje no leído del técnico avisando que está en la puerta. Así es que sale corriendo hacia la puerta, abre, mira para un lado y para el otro, pero, claro: comprende que, después de una espera prudencial, el técnico se ha ido, ya no está… Indignada, Laura lo llama y le reprocha no haber tocado el timbre. A lo que el técnico responde que su trabajo no es tocar timbre, sino mandar un mensaje al llegar. 


Fabricio baja del tren, sale de la estación y empieza a desandar las ocho cuadras que lo separan de su casa. Es domingo a la hora de la siesta y las calles están desiertas. Por eso, cuando oye el sonido de la moto acercándose y la ve venir con dos jóvenes a bordo, entiende que su suerte está echada y se resigna a entregar billetera y celular. Al rato, cuando recorre las calles aledañas en dirección a la casa de su hermano para pedir prestado algo de dinero que lo ayude a salir del paso, Fabricio ve aparecer en una esquina la misma moto con los mismos dos ocupantes. Lo apuntan por segunda vez en lo que va de la tarde. Le piden sus pertenencias. Fabricio no lo puede creer. Le ofende que los asaltantes no lo reconozcan, que no se acuerden de él.