jueves, 13 de enero de 2022

Verano de los niños politizados

 

Ayer fue el último día de clases y a la noche fuimos a comer un cordero a la casa de los Berardi. Como en la sobremesa la conversación de los adultos me aburrió, pregunté si me dejaban ir a la cocina a ver televisión. En un momento la hija de los Berardi entró y me dijo si quería salir a la vereda a jugar con los demás, pero le dije que prefería quedarme escuchando las noticias. Después vino su hermano más grande y se puso a hacer comentarios sobre el programa de actualidad política que yo estaba viendo. Igual, con él ya casi no se puede hablar: últimamente está demasiado desarrollista.

Algo parecido pasa con el hermano del medio, el que va conmigo, con la diferencia de que él anda con los reformistas. Tal es así que en el último trimestre se fue alejando en los recreos cada vez más del grupo de los laboristas. Una tarde la maestra lo retó, aduciendo que entre compañeritos no deben existir las internas. Claro, ella porque seguro está influenciada por su sobrino, que también le anda bajando línea a la hija de los Berardi, y tiene una postura más frentista.

Me acuerdo cuando salimos de excursión a la planta potabilizadora en bicicleta. A la vuelta, estando a pocas cuadras de la escuela, la Directora nos dio permiso para correr una carrera. El Berardi del medio, el sobrino de la maestra y yo, que en el lavadero de casa le había pegado al manubrio el botón de ir más rápido con una cinta, íbamos cabeza a cabeza hasta que en la última media cuadra, la de la calle de ripio, nos pasó uno que va a cuarto y los tres nos quedamos mirando, como no pudiendo creer que nos esté ganando un demócrata progresista.

 

Esta mañana fuimos con papá al canje de Humoller y noté que otra vez, dentro de lo que es el rubro usados, volvió a subir el precio de las revistas. En la tapa de un diario, que no vi qué tan viejo era, alcancé a leer que ya se habla de elecciones. Después lo acompañé a papá a la vinería a cambiar las damajuanas, a lo de Bombelli a cargar la garrafa chica y al kiosco de Pachi a comprar cartones de cigarrillos y pilas. A la tarde se armó el arbolito y vinieron a ayudar mis primos, no los de la UCD como la mayor de las Humoller sino los otros, los dialoguistas.

Recuerdo que hace poco hubo una reunión familiar en la casa de campo de nuestra abuela y fue prácticamente imposible jugar con ellos al fútbol, debido a nuestras diferencias. Confieso, sin embargo, que muchas veces me pregunto en qué va a terminar todo esto y, no sin cierta nostalgia, añoro bastante la inocencia de aquella época dorada de la infancia en la que éramos chicos y todo lo hacíamos en un marco de unidad: limpiar los bebederos, juntar leña para el asado, la búsqueda del tesoro, la escondida, estar en la pileta, darle de comer a las gallinas.

 

Para navidad recibí de regalo una radio portátil. Tiene para escuchar AM y FM y es el regalo indicado porque, como los diarios no están llegando y el televisor no se puede prender por los cortes de luz, iba a ser complicado mantenerse al corriente de las novedades. Al día siguiente nos vinimos a la casa que la familia de mamá tiene en las sierras de Córdoba, para pasar el año nuevo. Menos mal, porque si nos quedábamos iba a tener que ir a la Colonia con mis otros primos, los liberales, y en vacaciones yo preferiría no andar discutiendo tanto.

No obstante, como ocurre en cualquier orden de la vida, el haber venido a las sierras tiene su costado negativo. Los niños que hay acá provienen de distintas localidades y la mayoría son falangistas, de la concertación, de la juventud, de la acción vecinal, demócrata cristianos, social-demócratas, priistas y otras corrientes que allá no hay, lo cual me tiene desconcertado. Por otra parte, en la montaña la señal es muy mala. O sea que debo bajar caminando con la radio hasta el pueblo y sentarme un rato en la plaza si pretendo seguir informado.   

 

Para llegar al pueblo desde donde está la casa, hay que recorrer dos kilómetros bordeando el río montaña abajo. Después se atraviesa el puente colgante y ahí aparece la calle principal. A mitad de camino, a la altura de la proveeduría, el río se hace menos caudaloso, la corriente baja y el agua no me llega ni a la cintura. Podría cruzarlo y de ese modo acortar camino yendo por la otra orilla, pero papá y mamá no me dejan porque todavía no tengo suficiente edad.

Yo con gente de la multisectorial no me junto, escucho que una nena le contesta a otra que anda con unos baldecitos y la invita a hacer esculturas de arena hoy en el balneario. Dejala Cami, no te hagás problema, qué otra cosa se puede esperar de los keynesianos, dice el hermano de ésta. Mientras, en la radio ya se está hablando de una intervención. Por mi parte, me encantaría acercarme a los chicos de las paletas, lástima que sean tan nacionalistas.

 

Una cosa que me olvidé de contar es que unos días antes de venirnos se hizo el acto de egresados de séptimo grado. Mi parte preferida del acto es cuando van nombrando uno por uno a cada alumno y el alumno tiene que bajar de la tarima, recibir el diploma y entregárselo al padre o a la madre. La cooperadora, la mutual, la biblioteca pública, el rotary club y otras entidades de fomento hicieron llegar sus premios al esfuerzo, al mejor compañero y al mejor promedio. Hacía tanto calor que un chico se desmayó y se partió la cara contra el suelo.

 

A medida que transcurre la semana se vuelve evidente que algo pasa. ¿Pero qué? En el local de la principal, las revistas ya salen tan caras como en lo de Humoller. En la estación de servicio de la entrada, las colas se alargan. En la despensa almacén del vado hay policías. La sala de videojuegos cierra temprano. Las personas se ven visiblemente alteradas y los cruces verbales están a la orden del día. Anoche se produjo un altercado fuerte que por poco no pasa a mayores entre un niño del MID y otro republicano, por opiniones desencontradas, en la heladería. 

Desde entonces llueve. No pudiendo aprovechar el sol, el plan lógico de los turistas sería ir al cine. Pero como acá cine no hay, los veraneantes se ponen a juntar carnada porque ni bien pare la lluvia será ideal ir a pescar. Ese pasa a ser el mejor plan. A mí pescar me gusta, me limpia, me aclara las ideas, me calma la cabeza aunque sea por un rato. Lo que no me gusta es que muchos se llevan parlantes, ponen la música muy fuerte y no se puede escuchar la radio. 

 

Las horas previas a la cena de fin de año me encuentran guarecido en la glorieta de la plaza, tratando de captar señal. Sigue lloviendo y hay más descarga que nunca. En algún momento las nubes se abren, la voz del informativo logra perforar el cerco de tormenta eléctrica y enseguida entiendo lo que debo hacer: tengo que cruzar el puente colgante en dirección contraria al contingente de autos que abandona en masa el lugar, correr rápido montaña arriba unos kilómetros y avisarles a mamá y papá que acaba de empezar el golpe de estado.