jueves, 6 de agosto de 2020

Sobre la escritura, la vida y el rendimiento en las instituciones educativas

1. Escribir es cumplir. Eso es así. En los últimos años trabajé con docentes de secundario, estudiantes de posgrado e ingresantes universitarios y leyéndolos pude ir encontrando dos o tres problemas sobre los que podríamos inventar un espacio. Pero todo lo que se diga ha de ser dicho teniendo en cuenta esto: que la escritura en las instituciones educativas está asociada a tarea, proyecto, evaluación, examen, acta, prueba, entrega… Una práctica que queda siempre vinculada a algo más formal-administrativo que investigativo-personal.

2. Imagino a veces a mis cursantes como participantes de unas redes de contrabando. Los visualizo arriesgando su integridad al meterse en los precarios pasillos del spam virtual a buscar resúmenes de dudosa procedencia y mala calidad. No se trata de ponerse legalista ni moral, ya veremos que no. Sólo quiero contar, para empezar, algo que probé en un curso. Un razonamiento que tuve cuando entendí que el examen escrito presencial tradicional lo único que en el fondo logra, más allá de las buenas intenciones, es alimentar el mercado negro del pastiche y fomentar el tráfico de síntesis de segunda mano.


Mi fundamento pedagógico siguió este hilo: el parcial a ciegas promueve el predominio de una operación cognitiva, la memoria; y como hace siglos dejamos de ser esos hombres oral-tribales que bien describe Walter Ong, se entiende que lo que estemos en condiciones de memorizar sea más bien poco. Es entonces de prever que lo que hagamos sea ir a retener información en formatos cortos. ¿Pero qué pasaría si hiciéramos exámenes “a libro abierto”? Liberado de la carga mnemotécnica, pudiendo tener los materiales de consulta ahí encima, ¿el cerebro quedaría disponible y alivianado para qué operaciones?

Presuponía que se fomentarían las destrezas de ensamble, las de edición, en definitiva las de pensamiento, si coincidimos en considerar que pensar es, en principio, relacionar unas cosas con otras. Intuía, además, que esto alentaría la pre-producción, la cocina, propiciaría los resúmenes hechos por cada uno de primera mano, una gastronomía de autor… Todo esto antes de la pandemia y la virtualización forzada de clases, claro, que vinieron a sumarle a la instancia evaluativa dos dimensiones más, la de lo asincrónico y la de lo domiciliario.

3. Acá vamos a hacer un corte abrupto y vamos a situar el asunto que nos convoca en el marco de un estado bastante paradojal de los consumos culturales contemporáneos. Como por ejemplo el cine, que nació para ser visto con otros en un espacio común y hoy se vuelve una experiencia cada vez más individual privatizada. O la lectura de ficción, que a contramano, habiendo nacido para ser hecha de a uno y con el ojo, hoy es algo que entra más por el oído y se puede incluso recepcionar en un espacio compartido.

“Paradigma Netflix”, le podríamos llamar a la primera paradoja y “Modelo Casciari” a esta otra, la del escritor que lee por radio, en bares, en teatros; el modelo de narrador adaptado a un lector que, teniendo saturada su vista en las pantallas, se muda al hábito del podcast, del audiolibro y demás formas del audio. Un receptor que, hiper-ocupado y nómade, se emancipa de esa actividad monógama que implicaba sentarse y sostener un libro y puede mientras seguir haciendo sus mil cosas o ir adonde tenga que ir con sus auriculares en el transporte urbano. Fin del corte.

4. Corregir parciales es como desgrabar una entrevista o como sacar fotocopias. Un anti René Lavand: no se puede hacer más rápido. Uno queda reducido al lugar del apéndice. La voz del otro, su letra, los tiempos de la máquina… Pero vayamos a los resultados.

En cuanto a la escritura: resultó que, a los acostumbrados a escribir, la modalidad de “libro abierto” les funcionó como facilitante mientras que a la mayoría, lejos de allanarles el camino, se los terminó complicando. Mi Hipótesis es que cuando no están activas las habilidades conectivas surge la necesidad de acotar todo a una sola ventana (la memoria) y la posibilidad del multitasking analógico (muchos papeles en el pupitre = muchas ventanas), por más nativos digitales que sean, termina funcionando como dispersante.

En cuanto a leer la bibliografía entera y hacer resúmenes propios para llevar al examen, buena parte siguió recurriendo a internet. La hipótesis en este punto es que eso no necesariamente tiene que ver con un acto de apatía o ventajeo. Y no es que los cursantes no calculen. De hecho, lo hacen todo el tiempo. He podido observar, sin ir más lejos, que cuando detectan que algo de lo que digo en clase no va a entrar en el parcial dejan automáticamente de tomar apunte y de escuchar (cosa que también hacen cuando notan que yo me aburro de mí mismo o que no creo en lo que estoy diciendo). Todo instante tiene que ser productivo, servir para algo. ¿No es así en la llamada sociedad de rendimiento al fin y al cabo? Y en esa lógica, prefiero pensar, la versión sintetizada acaso obedezca… ¿a que por ahora no encontraron cómo hacer rendir la selección completa?

Eso antes del aislamiento social obligatorio. Lo que pasó después, con el examen escrito asincrónico y no manuscrito de la cuarentena fue lo mismo que pasó con el macrismo: desaparecieron las capas medias. Los que ya eran buenos y escribían bien, contando ahora con la opción de estar en la casa con tiempo para editar el texto en word se volvieron mejores. Y los que no, quedaron más expuestos y se volvieron peores. La materialidad de lo digital y la temporalidad de lo diferido extinguieron a aquellos sectores que con la materialidad caligráfica del papel y la temporalidad del vivo solían llegar a alcanzar un seis o un siete.

5. Necesaria aclaración: todo momento histórico tiene su inercia. En el presente existe una inercia a pasar por las cosas sin dejarnos afectar por ellas. El copypasteo como tecnología de ahorro de presencia en la escritura no es entonces propio de una jerarquía académica (los estudiantes) ni de un segmento etario (los jóvenes). Es en todo caso diagrama de poder, condición de época. En efecto, desempeñándome en experiencias de educación a distancia, recuerdo sobrados casos de docentes adultos ya en funciones entregando trabajos bajados de la web.

Asimismo, cabe señalar que tampoco hay variable generacional ni cualificación lectora diferencial para la pérdida de eso que durante décadas de hegemonía de la mediatización impresa conocimos como lectura profunda. Puedo ser muy profesoral y un añoso intelectual y sin embargo, por estar entrenado en la ecología de la interrupción que propone la lectura de superficie en pantalla, aun cuando lea en papel -como demuestra Nicholas Carr con estudios sobre plasticidad del cerebro- me cuesta cada vez más permanecer en el texto.

6. Algo para agregar sobre el copy and paste. ¿Por qué se copia y pega tanto hoy en las instituciones? Escuchando a profesores y autoridades me llama la atención que esto vuelva menos como hipótesis que como queja. Se puede copiar y pegar por lance chanta, por modo desafectado de estar en las cosas, por automatismo digital (en los entornos digitales la información se reenvía, se comparte, se viraliza: no se parafrasea ni se cita) o por simple desconocimiento académico del código. ¿Por qué suponer que lo natural sería conocerlo, como si fuera algo dado?

7. Algo para agregar sobre la lectura, antes de seguir con el relato de diagnósticos que nos llevarían al espacio que podríamos inventar. Vamos a hacer de cuenta que somos unos de esos gurúes que pululan por los catálogos editoriales. Mi impresión respecto del futuro sería contradictoria. Por un lado, la lectura puramente visual, “pre-casciarista” digamos, parece un animal herido de muerte. Pero por otro, la intuición es que la lectura tal cual la conocimos (o sea, visual) sobrevivirá más por su sistema que por sus temas.

A saber: la economía de la escasez en la que residía gran parte de su atractivo ya no corre porque los contenidos ahora pueden encontrarse en cualquier lado; no obstante, lo que la materialidad de la lectura nos sigue dando, especialmente en papel, es tiempo. Soledad y tiempo. ¿Qué otra tecnología ofrece eso? También nos da software, matriz mental, lenguaje, silencio interno. Y en esos términos no es permutable. La lectura no es más que la posibilidad de la lectura. Sobrevivirá como un grado cero. Como la incierta probabilidad de que algo, durante el trance de estar a solas con nosotros mismos, termine pasando.

8. El problema de no poder enhebrar materiales con consignas que emerge en los exámenes, se relaciona con otro que aparece cuando se corrigen trabajos, sean de cursantes avanzados o pibes de primer año. Se trata del escribir entendido como transcribir.

Recuerdo un ejercicio de taller que consistía en tomar apuntes en clase y después redactar un texto que, en base a los apuntes, contara de qué se trató la clase. Los estudiantes tenían que entregar las dos versiones para seguir el proceso y así contrastar. Hubo un alto porcentaje para el cual escribir se redujo a pasar algo tal cual estaba (mismo orden de aparición, mismas palabras) de una página (la del apunte) a la otra (la del trabajo). Es como cuando alguien escribe como habla. Lo que hace es agarrar lo que está en un lugar y así como se la va viniendo ponerlo en otro, de la cabeza a la hoja, sin mediaciones.

O como cuando ante la pregunta “qué dice el autor sobre tal cosa”, se responde copiando y pegando lo que dice así sin más, ni discurso directo ni indirecto… Dificultad que, por cierto, se emparenta con la de discernir las voces. ¿Quién habla? ¿Dónde empieza lo que dice uno, dónde lo que dice el autor en cuestión, dónde lo que dice otro?

Al igual que en el mencionado copypaste, estamos ahí ante el problema de entrar en la lengua, apropiarse, estar, volverse presente, hacerse un lugar y asumirse como sujeto de la enunciación. Ser quien maneja los hilos de lo que quiero decir, recuperando y diferenciando, dando la palabra y retomando, haciendo avanzar el texto a través de marcadores discursivos y conectores, abriendo y cerrando citas en el caso de los géneros académicos. ¿Es un asunto trabajable? ¿Es algo de tipo técnico, subjetivo o de qué orden?

9. En algunas carreras hay talleres de redacción. Talleres de escritura académica hay en casi todas. Taller de escritura creativa, si uno quiere acercarse a la literatura por su cuenta, salvo que sea la UNA, pueden hacerse por fuera de la universidad. En los tres se pueden aprender técnicas. Para titular o hacer un copete, para hacer una introducción y referir bibliografía, para liberar la imaginación y empezar a escribir cuentos o poesía. ¿Y si quisiéramos un taller de escritura que no sea un medio para nada, ese taller, cuál sería?

10.  Podemos postular tres modelos posibles de relación entre vida y escritura. El modelo del diario íntimo, el modelo redes sociales y un tercero al que, a falta de mejor nombre, denominaremos “modelo Piglia”.

Pero antes, algunas inquietudes desordenadas para pasar en limpio lo que se estuvo anotando: ¿y si un profesor no fuera hoy más que un guía para resúmenes de (mayor) calidad? ¿Y si los exámenes consistieran en entregar resúmenes? ¿Y si los exámenes consistieran en copiar y pegar cosas googleadas, editarlas, explicitar las costuras y fundamentar las decisiones? ¿Y si diéramos a leer materiales bibliográficos en audio? ¿Y si, aunque no sean estudiantes de letras ni de artes ni de comunicación, la escritura a fomentar fuese la creativa o la íntima? ¿Y si los alumnos llevaran blogs o diarios de cursada y el trabajo consistiera en editarlos?

11. Decíamos que se pueden rastrear al menos tres grandes figuras para pensar las relaciones entre vida y escritura. Decimos, agregamos, que alguna de éstas puede contener claves para proponer un espacio de nuevo tipo en nuestras instituciones educativas. La figura del diario íntimo implica la existencia de un lo público y lo privado. Hay lo visible y lo invisible, lo que se puede decir y lo que no. La escritura se parece en ese caso a un dispositivo expresivo-confesional, que en el mejor de los escenarios se abrirá en un momento póstumo.

Bajo la figura número dos, o sea la de la escritura en redes, como por ejemplo facebook, que es aquella en la que siguen siendo tolerables los bloques de texto, esas divisiones entre lo íntimo y lo privado ya no se sostienen. Aparece la extimidad, en los términos de Paula Sibilia. La vida va muy rápido, lo precario desborda, circulan más estímulos de los que somos capaces de elaborar y, construyendo testigos, necesitamos hacer pie, dar testimonio. Se trata de posteos (que funcionan como lo que en tiempos pretéritos eran las entradas de un blog) en los que la escritura se va a parecer más a una bitácora de navegación o a un dispositivo cotidiano de elaboración de la experiencia, dicho de otro modo.

Por su parte, mediante la “figura Piglia”, según aprendemos en los Diarios de Emilio Renzi la escritura opera como laboratorio de investigación. En varios sentidos. Pero sobre todo en uno que a los fines de estas notas nos va a interesar particularmente y que sería así: el adolescente Piglia intuye que quiere ser escritor; perfecto… ¿pero qué quiere decir que se va a hacer algo sin tener mucha idea de cómo es ese algo que se quiere hacer? Como no tiene nada para contar ni le pasa nada demasiado interesante, empieza a escribir un diario. Yo escribía para saber qué era escribir, dice. Y a esa investigación dedicará gran parte de su vida.

12. A diferencia de la oralidad, la escritura plantea una comunicación diferida. La desventaja de esto es que uno no estará en co-presencia del lector para asegurarse que lo que quiso decir se entienda tal cual así. La ventaja es que tengo más tiempo. Puedo armarme primero la totalidad del mensaje en la cabeza, revisar, corregir, aclarar, testear, cambiar y volver a corregir antes de enviar. Esa facultad de ir y venir mentalmente en el texto es lo que para los especialistas activa aquello que se denomina potencial epistémico de la escritura. Por lo general, para la mayoría la escritura funciona como un instrumento o una simple polea transmisora de lo conocido ahí donde mediante ella misma es que potencialmente producimos conocimiento.

Así, echando mano a las figuras dos y tres que mencionábamos recién podríamos enseñar que escribir no es sólo para transmitir, trabajar o cumplir. La escritura misma puede ser tomada como un territorio libre en el que no hay que llegar a ningún lado, en el que simplemente se puede estar, donde uno puede no sólo conocerse mejor a sí mismo (averiguar qué quiere, qué le pasa con eso que está haciendo, qué relaciones está teniendo con las cosas), transformarse y ganar en capacidades de entendimiento sino además conocer mejor su objeto, su tema, su materia y transformar lo que está escribiendo al respecto.

13. Hay entonces escrituras mediáticas (las que son un medio-para), escrituras de rendimiento (las que, a la manera de un guión de serie de Netflix, hacen rendir el tiempo) y unas escrituras a las que nombraremos impublicables o de auto-conocimiento, que abrevan, en parte, en la tradición de las bitácoras, los diarios, las literaturas selfie o los posteos. Una propuesta sería desplegarlas en el contexto educativo inventando un espacio que las contemple.

Ese espacio debería ser transversal a las distintas carreras de una unidad académica, destinado a estudiantes de distintos años, sea cual fuera su grado de avance. Serviría a un tesista en situación de encontrar su proyecto, a un ingresante que no está seguro de haber elegido la carrera, a alguien que trabaja y está desbordado o al cursante de una materia que necesita aclararse los textos.

Sería extra-curricular pero daría algún tipo de reconocimiento (horas foro, cupo de materia optativa). Abierto pero no a la manera de un gabinete psicopedagógico, una tutoría o una clase de apoyo sino que tendría su propia entidad: un programa mínimo, una secuencia, un horario fijo, unos acuerdos de trabajo, una duración cuatrimestral, una frecuencia de encuentro quincenal. Taller de auto-investigación a través de la escritura, podría llamarse. ¿Lo hacemos?

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14. Recapitulando y agregando, por si alguien quiere saltearse todo lo anterior y leer sólo esto. Los problemas de lecto-escritura que se verifican en nuestras instituciones educativas del nivel secundario y terciario, que incluyen dificultades de comprensión tanto como de expresión, suelen ser procesados de dos grandes maneras. Mientras la interpretación actitudinal-disciplinaria adjudica todo a una pérdida de valores morales redundante en apatía, hedonismo de un presente continuo y ley del menor esfuerzo (“¡Los estudiantes son vagos, ya no leen!”), la interpretación determinista-tecnológica explica que la vida mediada por pantallas genera en nuestros cerebros mutaciones cognitivas que lo vuelven incompatible con las disposiciones lineales y acumulativas propias de la cultura letrada.

La idea es tomar los problemas menos en términos de fallas que de síntomas y sumar alguna otra clave analítica. Por ejemplo, la noción de rendimiento. Si cada instante tiene que ser productivo y servir, ¿por qué, el escribir, no va a ser un medio más?; ¿por qué, cálculos mediante, un estudiante que entrega un trabajo para aprobar va a prescindir de los plagios, los copy paste y demás artimañas utilitarias? Asimismo, si el tiempo tiene que rendir, ¿por qué se espera que alguien no lea un resumen en vez del capítulo entero? Los exámenes escritos, domicialiarios y asincrónicos tomados durante la pendemia dejan el problema en evidencia. Están en la casa, tienen los textos a mano y mayor plazo para responder tranquilos las consignas y aun así…

Entonces, cabría preguntarnos: ¿y si parte del problema radicara en que los estudiantes auto-perciben (no sin razón) que lo que escriben es para ser evaluado, no para ser leído? ¿Y si los problemas de escritura no fueran técnicos (ortografía, normas, citas) sino subjetivos (imposibilidad de pensar con las palabras y asumir un lugar de enunciación en el lenguaje)? ¿Y si descubrieran que la práctica de leer y de escribir tiene otros “beneficios” que exceden al fin inmediato de resolver una tarea? ¿Y si la escritura a estimular hoy fuera la de auto-conocimiento, es decir, una que recupere la tradición de las bitácoras, los diarios íntimos, la llamada “literatura selfie” y los posteos, más cercano al universo de los estudiantes que tenemos?