1. Escribir
es cumplir. Eso es así. En los últimos años trabajé con docentes de secundario,
estudiantes de posgrado e ingresantes universitarios y leyéndolos pude ir
encontrando dos o tres problemas sobre los que podríamos inventar un espacio.
Pero todo lo que se diga ha de ser dicho teniendo en cuenta esto: que la
escritura en las instituciones educativas está asociada a tarea, proyecto,
evaluación, examen, acta, prueba, entrega… Una práctica que queda siempre vinculada
a algo más formal-administrativo que investigativo-personal.
2. Imagino
a veces a mis cursantes como participantes de unas redes de contrabando. Los
visualizo arriesgando su integridad al meterse en los precarios pasillos del
spam virtual a buscar resúmenes de dudosa procedencia y mala calidad. No se
trata de ponerse legalista ni moral, ya veremos que no. Sólo quiero contar,
para empezar, algo que probé en un curso. Un razonamiento que tuve cuando
entendí que el examen escrito presencial tradicional lo único que en el fondo
logra, más allá de las buenas intenciones, es alimentar el mercado negro del
pastiche y fomentar el tráfico de síntesis de segunda mano.
Mi fundamento pedagógico siguió este hilo: el
parcial a ciegas promueve el predominio de una operación cognitiva, la memoria;
y como hace siglos dejamos de ser esos hombres oral-tribales que bien describe
Walter Ong, se entiende que lo que estemos en condiciones de memorizar sea más
bien poco. Es entonces de prever que lo que hagamos sea ir a retener
información en formatos cortos. ¿Pero qué pasaría si hiciéramos exámenes “a
libro abierto”? Liberado de la carga mnemotécnica, pudiendo tener los
materiales de consulta ahí encima, ¿el cerebro quedaría disponible y alivianado
para qué operaciones?
Presuponía que se fomentarían las destrezas de
ensamble, las de edición, en definitiva las de pensamiento, si coincidimos en
considerar que pensar es, en principio, relacionar unas cosas con otras. Intuía,
además, que esto alentaría la pre-producción, la cocina, propiciaría los
resúmenes hechos por cada uno de primera mano, una gastronomía de autor… Todo
esto antes de la pandemia y la virtualización forzada de clases, claro, que
vinieron a sumarle a la instancia evaluativa dos dimensiones más, la de lo asincrónico y la de lo domiciliario.
3. Acá
vamos a hacer un corte abrupto y vamos a situar el asunto que nos convoca en el
marco de un estado bastante paradojal de los consumos culturales
contemporáneos. Como por ejemplo el cine, que nació para ser visto con otros en
un espacio común y hoy se vuelve una experiencia cada vez más individual
privatizada. O la lectura de ficción, que a contramano, habiendo nacido para
ser hecha de a uno y con el ojo, hoy es algo que entra más por el oído y se
puede incluso recepcionar en un espacio compartido.
“Paradigma Netflix”, le podríamos llamar a la
primera paradoja y “Modelo Casciari” a esta otra, la del escritor que lee por
radio, en bares, en teatros; el modelo de narrador adaptado a un lector que,
teniendo saturada su vista en las pantallas, se muda al hábito del podcast, del
audiolibro y demás formas del audio. Un receptor que, hiper-ocupado y nómade,
se emancipa de esa actividad monógama que implicaba sentarse y sostener un
libro y puede mientras seguir haciendo sus mil cosas o ir adonde tenga que ir
con sus auriculares en el transporte urbano. Fin del corte.
4. Corregir
parciales es como desgrabar una entrevista o como sacar fotocopias. Un anti
René Lavand: no se puede hacer más rápido. Uno queda reducido al lugar del
apéndice. La voz del otro, su letra, los tiempos de la máquina… Pero vayamos a
los resultados.
En cuanto a la escritura: resultó que, a los
acostumbrados a escribir, la modalidad de “libro abierto” les funcionó como
facilitante mientras que a la mayoría, lejos de allanarles el camino, se los
terminó complicando. Mi Hipótesis es que cuando no están activas las
habilidades conectivas surge la necesidad de acotar todo a una sola ventana (la
memoria) y la posibilidad del multitasking analógico (muchos papeles en el
pupitre = muchas ventanas), por más nativos digitales que sean, termina
funcionando como dispersante.
En cuanto a leer la bibliografía entera y hacer
resúmenes propios para llevar al examen, buena parte siguió recurriendo a
internet. La hipótesis en este punto es que eso no necesariamente tiene que ver
con un acto de apatía o ventajeo. Y no es que los cursantes no calculen. De
hecho, lo hacen todo el tiempo. He podido observar, sin ir más lejos, que
cuando detectan que algo de lo que digo en clase no va a entrar en el parcial
dejan automáticamente de tomar apunte y de escuchar (cosa que también hacen
cuando notan que yo me aburro de mí mismo o que no creo en lo que estoy
diciendo). Todo instante tiene que ser productivo, servir para algo. ¿No es así
en la llamada sociedad de rendimiento al
fin y al cabo? Y en esa lógica, prefiero pensar, la versión sintetizada acaso
obedezca… ¿a que por ahora no encontraron cómo hacer rendir la selección
completa?
Eso antes del aislamiento social obligatorio.
Lo que pasó después, con el examen escrito asincrónico y no manuscrito de la
cuarentena fue lo mismo que pasó con el macrismo: desaparecieron las capas
medias. Los que ya eran buenos y escribían bien, contando ahora con la opción
de estar en la casa con tiempo para editar el texto en word se volvieron
mejores. Y los que no, quedaron más expuestos y se volvieron peores. La
materialidad de lo digital y la temporalidad de lo diferido extinguieron a
aquellos sectores que con la materialidad caligráfica del papel y la
temporalidad del vivo solían llegar a alcanzar un seis o un siete.
5. Necesaria
aclaración: todo momento histórico tiene su inercia. En el presente existe una
inercia a pasar por las cosas sin dejarnos afectar por ellas. El copypasteo como tecnología de ahorro de
presencia en la escritura no es entonces propio de una jerarquía académica (los
estudiantes) ni de un segmento etario (los jóvenes). Es en todo caso diagrama
de poder, condición de época. En efecto, desempeñándome en experiencias de
educación a distancia, recuerdo sobrados casos de docentes adultos ya en
funciones entregando trabajos bajados de la web.
Asimismo, cabe señalar que tampoco hay variable
generacional ni cualificación lectora diferencial para la pérdida de eso que
durante décadas de hegemonía de la mediatización impresa conocimos como lectura profunda. Puedo ser muy profesoral y un añoso intelectual y sin embargo, por
estar entrenado en la ecología de la interrupción que propone la lectura de
superficie en pantalla, aun cuando lea en papel -como demuestra Nicholas Carr
con estudios sobre plasticidad del cerebro- me cuesta cada vez más permanecer
en el texto.
6. Algo
para agregar sobre el copy and paste. ¿Por
qué se copia y pega tanto hoy en las instituciones? Escuchando a
profesores y autoridades me llama la
atención que esto vuelva menos como hipótesis que como queja. Se puede copiar y
pegar por lance chanta, por modo desafectado de estar en las cosas, por
automatismo digital (en los entornos digitales la información se reenvía, se
comparte, se viraliza: no se parafrasea ni se cita) o por simple desconocimiento
académico del código. ¿Por qué suponer que lo natural sería conocerlo, como si
fuera algo dado?
7. Algo
para agregar sobre la lectura, antes de seguir con el relato de diagnósticos
que nos llevarían al espacio que podríamos inventar. Vamos a hacer de cuenta
que somos unos de esos gurúes que pululan por los catálogos editoriales. Mi
impresión respecto del futuro sería contradictoria. Por un lado, la lectura
puramente visual, “pre-casciarista” digamos, parece un animal herido de muerte.
Pero por otro, la intuición es que la lectura tal cual la conocimos (o sea,
visual) sobrevivirá más por su sistema que por sus temas.
A saber: la economía de la escasez en la que
residía gran parte de su atractivo ya no corre porque los contenidos ahora
pueden encontrarse en cualquier lado; no obstante, lo que la materialidad de la
lectura nos sigue dando, especialmente en papel, es tiempo. Soledad y tiempo. ¿Qué
otra tecnología ofrece eso? También nos da software, matriz mental, lenguaje,
silencio interno. Y en esos términos no es permutable. La lectura no es más que
la posibilidad de la lectura. Sobrevivirá como un grado cero. Como la incierta
probabilidad de que algo, durante el trance de estar a solas con nosotros
mismos, termine pasando.
8.
El problema de no poder enhebrar materiales con consignas que emerge en los
exámenes, se relaciona con otro que aparece cuando se corrigen trabajos, sean
de cursantes avanzados o pibes de primer año. Se trata del escribir entendido como transcribir.
Recuerdo un ejercicio de taller que consistía
en tomar apuntes en clase y después redactar un texto que, en base a los
apuntes, contara de qué se trató la clase. Los estudiantes tenían que entregar
las dos versiones para seguir el proceso y así contrastar. Hubo un alto
porcentaje para el cual escribir se redujo a pasar algo tal cual estaba (mismo
orden de aparición, mismas palabras) de una página (la del apunte) a la otra
(la del trabajo). Es como cuando alguien escribe como habla. Lo que hace es
agarrar lo que está en un lugar y así como se la va viniendo ponerlo en otro, de
la cabeza a la hoja, sin mediaciones.
O como cuando ante la pregunta “qué dice el
autor sobre tal cosa”, se responde copiando y pegando lo que dice así sin más,
ni discurso directo ni indirecto… Dificultad que, por cierto, se emparenta con
la de discernir las voces. ¿Quién habla? ¿Dónde empieza lo que dice uno, dónde
lo que dice el autor en cuestión, dónde lo que dice otro?
Al igual que en el mencionado copypaste, estamos
ahí ante el problema de entrar en la lengua, apropiarse, estar, volverse
presente, hacerse un lugar y asumirse como sujeto de la enunciación. Ser quien
maneja los hilos de lo que quiero decir, recuperando y diferenciando, dando la
palabra y retomando, haciendo avanzar el texto a través de marcadores discursivos
y conectores, abriendo y cerrando citas en el caso de los géneros académicos. ¿Es
un asunto trabajable? ¿Es algo de tipo técnico, subjetivo o de qué orden?
9. En
algunas carreras hay talleres de redacción. Talleres de escritura académica hay
en casi todas. Taller de escritura creativa, si uno quiere acercarse a la
literatura por su cuenta, salvo que sea la UNA, pueden hacerse por fuera de la
universidad. En los tres se pueden aprender técnicas. Para titular o hacer un
copete, para hacer una introducción y referir bibliografía, para liberar la
imaginación y empezar a escribir cuentos o poesía. ¿Y si quisiéramos un taller
de escritura que no sea un medio para nada, ese taller, cuál sería?
10. Podemos postular tres modelos posibles de
relación entre vida y escritura. El modelo del diario íntimo, el modelo redes
sociales y un tercero al que, a falta de mejor nombre, denominaremos “modelo
Piglia”.
Pero antes, algunas inquietudes desordenadas
para pasar en limpio lo que se estuvo anotando: ¿y si un profesor no fuera hoy
más que un guía para resúmenes de (mayor) calidad? ¿Y si los exámenes consistieran
en entregar resúmenes? ¿Y si los exámenes consistieran en copiar y pegar cosas
googleadas, editarlas, explicitar las costuras y fundamentar las decisiones? ¿Y
si diéramos a leer materiales bibliográficos en audio? ¿Y si, aunque no sean estudiantes
de letras ni de artes ni de comunicación, la escritura a fomentar fuese la
creativa o la íntima? ¿Y si los alumnos llevaran blogs o diarios de cursada y
el trabajo consistiera en editarlos?
11. Decíamos
que se pueden rastrear al menos tres grandes figuras para pensar las relaciones entre vida y escritura.
Decimos, agregamos, que alguna de éstas puede contener claves para proponer un
espacio de nuevo tipo en nuestras instituciones educativas. La figura del
diario íntimo implica la existencia de un lo público y lo privado. Hay lo
visible y lo invisible, lo que se puede decir y lo que no. La escritura se
parece en ese caso a un dispositivo expresivo-confesional, que en el mejor de
los escenarios se abrirá en un momento póstumo.
Bajo la figura número dos, o sea la de la
escritura en redes, como por ejemplo facebook, que es aquella en la que siguen
siendo tolerables los bloques de texto, esas divisiones entre lo íntimo y lo
privado ya no se sostienen. Aparece la extimidad,
en los términos de Paula Sibilia. La vida va muy rápido, lo precario desborda,
circulan más estímulos de los que somos capaces de elaborar y, construyendo
testigos, necesitamos hacer pie, dar testimonio. Se trata de posteos (que
funcionan como lo que en tiempos pretéritos eran las entradas de un blog) en
los que la escritura se va a parecer más a una bitácora de navegación o a un
dispositivo cotidiano de elaboración de la experiencia, dicho de otro modo.
Por su parte, mediante la “figura Piglia”,
según aprendemos en los Diarios de Emilio
Renzi la escritura opera como laboratorio de investigación. En varios
sentidos. Pero sobre todo en uno que a los fines de estas notas nos va a
interesar particularmente y que sería así: el adolescente Piglia intuye que
quiere ser escritor; perfecto… ¿pero qué quiere decir que se va a hacer algo
sin tener mucha idea de cómo es ese algo que se quiere hacer? Como no tiene
nada para contar ni le pasa nada demasiado interesante, empieza a escribir un
diario. Yo escribía para saber qué era escribir, dice. Y a esa investigación
dedicará gran parte de su vida.
12. A
diferencia de la oralidad, la escritura plantea una comunicación diferida. La
desventaja de esto es que uno no estará en co-presencia del lector para
asegurarse que lo que quiso decir se entienda tal cual así. La ventaja es que
tengo más tiempo. Puedo armarme primero la totalidad del mensaje en la cabeza,
revisar, corregir, aclarar, testear, cambiar y volver a corregir antes de
enviar. Esa facultad de ir y venir mentalmente en el texto es lo que para los
especialistas activa aquello que se denomina potencial epistémico de la escritura. Por lo general, para la
mayoría la escritura funciona como un instrumento o una simple polea
transmisora de lo conocido ahí donde mediante ella misma es que potencialmente
producimos conocimiento.
Así, echando mano a las figuras dos y tres que
mencionábamos recién podríamos enseñar que escribir no es sólo para transmitir,
trabajar o cumplir. La escritura misma puede ser tomada como un territorio
libre en el que no hay que llegar a ningún lado, en el que simplemente se puede
estar, donde uno puede no sólo conocerse mejor a sí mismo (averiguar qué
quiere, qué le pasa con eso que está haciendo, qué relaciones está teniendo con
las cosas), transformarse y ganar en capacidades de entendimiento sino además
conocer mejor su objeto, su tema, su materia y transformar lo que está
escribiendo al respecto.
13. Hay
entonces escrituras mediáticas (las
que son un medio-para), escrituras de
rendimiento (las que, a la manera de un guión de serie de Netflix, hacen
rendir el tiempo) y unas escrituras a las que nombraremos impublicables o de auto-conocimiento, que abrevan, en parte, en la
tradición de las bitácoras, los diarios, las literaturas selfie o los posteos.
Una propuesta sería desplegarlas en el contexto educativo inventando un espacio
que las contemple.
Ese espacio debería ser transversal a las
distintas carreras de una unidad académica, destinado a estudiantes de
distintos años, sea cual fuera su grado de avance. Serviría a un tesista en
situación de encontrar su proyecto, a un ingresante que no está seguro de haber
elegido la carrera, a alguien que trabaja y está desbordado o al cursante de
una materia que necesita aclararse los textos.
Sería extra-curricular pero daría algún tipo de
reconocimiento (horas foro, cupo de materia optativa). Abierto pero no a la
manera de un gabinete psicopedagógico, una tutoría o una clase de apoyo sino
que tendría su propia entidad: un programa mínimo, una secuencia, un horario
fijo, unos acuerdos de trabajo, una duración cuatrimestral, una frecuencia de
encuentro quincenal. Taller de auto-investigación a través de la escritura,
podría llamarse. ¿Lo hacemos?
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14.
Recapitulando y agregando, por si alguien quiere saltearse todo lo anterior y
leer sólo esto. Los problemas de lecto-escritura que se verifican en nuestras
instituciones educativas del nivel secundario y terciario, que incluyen
dificultades de comprensión tanto como de expresión, suelen ser procesados de
dos grandes maneras. Mientras la interpretación
actitudinal-disciplinaria adjudica todo a una pérdida de valores morales
redundante en apatía, hedonismo de un presente continuo y ley del menor
esfuerzo (“¡Los estudiantes son vagos, ya no leen!”), la interpretación determinista-tecnológica explica que la vida mediada
por pantallas genera en nuestros cerebros mutaciones cognitivas que lo vuelven
incompatible con las disposiciones lineales y acumulativas propias de la
cultura letrada.
La idea
es tomar los problemas menos en términos de fallas que de síntomas y sumar
alguna otra clave analítica. Por ejemplo, la noción de rendimiento. Si cada instante tiene que ser productivo y
servir, ¿por qué, el escribir, no va a ser un medio más?; ¿por qué, cálculos
mediante, un estudiante que entrega un trabajo para aprobar va a prescindir de
los plagios, los copy paste y demás artimañas utilitarias? Asimismo, si el
tiempo tiene que rendir, ¿por qué se espera que alguien no lea un resumen en
vez del capítulo entero? Los exámenes escritos, domicialiarios y asincrónicos
tomados durante la pendemia dejan el problema en evidencia. Están en la casa,
tienen los textos a mano y mayor plazo para responder tranquilos las consignas
y aun así…
Entonces,
cabría preguntarnos: ¿y si parte del problema radicara en que los estudiantes
auto-perciben (no sin razón) que lo que escriben es para ser evaluado, no para
ser leído? ¿Y si los problemas de
escritura no fueran técnicos (ortografía, normas, citas) sino subjetivos (imposibilidad de
pensar con las palabras y asumir un lugar de enunciación en el lenguaje)? ¿Y si
descubrieran que la práctica de leer y de escribir tiene otros “beneficios” que
exceden al fin inmediato de resolver una tarea? ¿Y si la escritura a estimular
hoy fuera la de auto-conocimiento,
es decir, una que recupere la tradición de las bitácoras, los diarios íntimos,
la llamada “literatura selfie” y los posteos, más cercano al universo de los
estudiantes que tenemos?