1. No es cierto que lo más difícil de todo sea llegar a tener un
buen cuento. No al menos, comparado con llegar a tener un buen libro de
cuentos. Hay una arbitrariedad medio innecesaria, medio heroica en ese objeto,
en esa cuidada unidad narrativa llamada “libro de cuentos”. Heroísmo de la
sustracción: ¿por qué dejar cuentos afuera?, ¿cómo evitar las lógicas del rejunte
y el relleno?, ¿cómo, ya que a uno lo van a publicar, no aprovechar y meter
todo ahí adentro? Heroísmo del olvido: ¿quién escucha un disco entero, en
tiempos de playlist?, ¿quién, en tiempos de circulación suelta -suplementeable,
interneteable- recuerda a qué libro pertenece tal cuento?
2. Como el chiste, el cuento no admite explicación: funciona o no
funciona. A mí, que algo funcione enseguida me remite a un universo hecho de
mecanismos, engranajes, poleas, relojes, máquinas, tuercas, humos, vapores. Si
uno toma datos biográficos de Krapp, y ve que nació en Lavallol, y que vivió en
Adrogué, seguramente abra el libro esperando encontrarse un costumbrismo de
paisajes post-industriales. Sin embargo, si bien hay trenes, una autopista y
referencias sur-conurbánicas concretas, también hay montaña, bosque, mar,
campo, milonga, cosa rural, cosa porteña. La unidad no está dada entonces por
la delimitación de un espacio. Como tampoco hay que buscarla en el perfil de
los -casi siempre en primera persona- narradores de los cuentos.
3. Un oso es zoologizable. Cinematografiable incluso. Peluche. Simpático.
Ted. Eso es un oso. ¿Pero qué pasa cuando son varios? Y ojo, porque ni siquiera es “por los osos”
que se baila en el título de este libro, en el sentido de bailando a beneficio
de una reserva de pandas australianos. Acá la cosa es “con los osos”. ¿Y qué
cosa se vuelve lo humano, cuando lo más propiamente humano, es decir la
celebración de lo inútil, o sea lo que no tiene una utilidad económica a
priori, como por ejemplo el baile, se termina bailando con los osos? ¿Qué cosa
se vuelve una madre cuando es capaz de fundirse literalmente en un abrazo con
su hijo? ¿Qué puede ser un padre que por su familia es capaz de cualquier cosa?
¿En qué se transforma un enamorado cuando es capaz de dejarse domesticar
literalmente por su novia?
4. “La apertura de la avenida traería cambios demográficos en la
zona y deformaría para siempre el brumoso paisaje de mi infancia. Esa imagen
previa a la deformación urbana derivó en la escritura de este relato”, dice el
autor en la introducción a “La salida que tanto habíamos buscado”, cuento
publicado en Página 12 e incluido en la reedición del Bailando, conformando,
junto con “En un principio”, “Pieles” y “La última caja”, para mí -así como en
el fútbol son el arquero, el dos, el cinco y el nueve- la columna vertebral del
equipo (“Fina” y “Mundos posibles” acompañan o son, en todo caso, de los 11 del
libro, los más menores). De nuevo: a Krapp le interesa lo que se deforma. Pero
el humanismo deforme de Krapp no equivaldría exactamente a género terror ni a
realismo fantástico. ¿No son ya la pareja, la familia o el trabajo máquinas
productoras de ficción en la realidad como para dejarse poner encima más
ficciones?
5. Tampoco se trataría de un realismo delirante a lo Laiseca, el
ludicismo juguetón de Cortázar o la perturbación atmosférica de Horacio Quiroga.
No hay en estos cuentos “lo no dicho”, generando climas tensos. Al contrario.
No hay teoría del iceberg: los personajes, son el iceberg. O mejor dicho: unos
que, divisando la inerte masa gélida en el horizonte, avanzan derechito hacia
el inevitable naufragio y el irremediable hundimiento. Fuerzas que los mueven
pero no dominan. Destino trágico: los personajes de Krapp no saben por qué
aceptan, por qué dicen que sí, por qué siguen, por qué no pueden parar. Y ese
no saber, le arma un segundo nivel de unidad a su libro de cuentos.
6. Si encuentran un huevo, lo empollan; si tienen un arma en la
mano, se la meten en la boca. Les sale así. Como si no pudieran hacer otra
cosa. Sin embargo, no se trata de la languidez abúlica a lo Rejman de fines de
los noventa, donde a los personajes pareciera darles lo mismo comprar un
canario, tener un saco, comer pollo, robar una moto o vender un Renault 12. No
es la experiencia del distraído la que mueve a los personajes krappianos. Es la
experiencia del resacoso. La de quien, entre un paisaje brumoso, no entiende
qué hace ahí, cómo llegó hasta dónde está. No es la figura del colgado. Es la figura
del cansado.
7. “Lo veo y me cansa, todo me cansa”, empieza diciendo el narrador
de La última caja y “es que estoy tan cansado”, termina diciendo el de Hoy
compré un arma. Entre una edición y otra, se publicó en castellano La sociedad del cansancio, libro del
pensador coreano Byung Chul Han. En los dos cuentos mencionados, no por nada
los narradores son adultos que van del trabajo a la casa y de la casa al
trabajo. Cerebro quemado, colapso energético, agotamiento mental, irritación
nerviosa, fatiga crónica, sobresaturación neuronal: si al cansado se le pelan
los cables es porque está enfermo de comunicación, autoproducción, rendimiento
y conectividad.
8. Si el
capitalismo hizo que el trabajo pase de ser una potencia ontológica creadora de
mundo a una fuerza intercambiable para vivir en el mundo, reduciéndolo a medio
de subsistencia, la vida social codifica y normaliza el lenguaje, pasando de tener
una función creadora de mundo a tener una función instrumental para estar en el
mundo, volviéndolo un medio de comunicación. El código binario supone un paso
más en el eficientismo comunicacional predictivo. Como el genio del cuento
Agradecimientos, el código binario no capta ironías ni metáforas. De igual
modo, hay quienes solamente captan significantes sueltos y pretenden que -como
humanos somos todos- sean para todos los derechos humanos. La literalidad del
significante suelto puede disparar para el lado del humor o para el lado del horror.
En sus cuentos, Krapp los vuelve la misma cosa.
9. Hipótesis de la plusvalía escritural: la escritura
da siempre lo que tiene para dar y, sobre vos, a vos, te da siempre una
información más. ¿Cómo escribe Krapp? ¿Es un escritor visual o uno auditivo?
¿Cuenta historias o cuenta maneras de contar historias? ¿Tiene el goce puesto
en la trama, en el lenguaje, en la frase, en dónde? ¿Primero tiene un personaje
o una imagen generadora? No se sabe. Ni él mismo lo sabe. Como seguramente
tampoco sabe que tiene acá reeditado, por la editorial 17 grises que hoy lo está presentando, un buen libro de cuentos.