lunes, 27 de noviembre de 2017

Diario de escritura, ciudad, generación y trabajo

Cada tanto pasa que me levanto, y de la nada, como si la marca de los anteriores se hubiese borrado de golpe, no lo encuentro, tardo semanas enteras, a veces incluso meses en volver a encontrar el hilo de los días. ¿En qué estaba yo?, ¿qué hacía?, ¿por qué era que vivía acá?, ¿para qué me tenía que levantar?, ¿qué tenía que hacer hoy?, ¿pero qué tenía que hacer hoy? Entonces vuelvo a las páginas de la libreta y releo: me repaso, me subrayo a mí mismo, me agarro a la letra.

Ni el análisis ni la industria farmacéutica. Mis células, mis tejidos, las paredes de los órganos parecieran no poder estar sin una dosis de la enigmática sustancia química que, producida y liberada por mi propio cerebro, genera ese estado narcótico de borramiento ensoñado y pérdida. Pierdo la voz. No puedo hablar. No puedo escribir. El lenguaje se contrae y se me mete todo para adentro. Lo contrario de quien dice su canción, lo a-dictivo es sin palabra, lo que no tiene dicción…

Un antecedente: tengo ocho años y Cora me despierta con el desayuno recién hecho. Me visto con el conjuntito que mi mamá dejó preparado antes de irse a trabajar a la escuela y voy a la cocina a tomar el café con leche con tostadas, mientras Cora aprovecha para ordenar y ventilar la pieza. Para cuando ella termina de limpiar, yo ya terminé de desayunar. Me vuelvo a la cama, miro el techo, miro el reloj: no son ni las diez de la mañana y ya estoy de nuevo totalmente desorientado.

Como me la paso teniendo que hacer reposo por una seguidilla de enfermedades, y ya me aburrí de leer los libros que hay en casa y los diarios que llegan al pueblo, cuando tengo nueve mi papá me regala una radio. Deambulo por la casa todo el día con la radio. Informo sobre la suspensión de la FIFA a Maradona. Informo sobre el plan de convertibilidad de Cavallo. Escucho a Héctor Larrea. Salgo al jardín. Chisto y hago callar, si mis hermanos hablan fuerte y no se puede escuchar la radio. 

Una hipótesis: si el escritor visual cuenta historias, el escritor auditivo cuenta maneras de contar historias. Si al primero lo primero que se le viene es una imagen y tiende al narrativismo puro, al segundo lo que se le viene es un fraseo y tiende al experimentalismo discursivo. Uno escribe con el ojo y el otro escribe con el oído. Como un mcluhanismo de medios literarios, uno propende a la calidez y el otro a lo frío. Mi temprana relación con la radio, la cama y cierta obsesión por el ritmo de las cosas me hicieron visualmente ciego a la vez que hipertrofiadamente auditivo. ¿De qué color son los ojos de tu concubina?, me preguntó una terapeuta alguna vez…


[Continúa]